Editorial

Que la cordura se imponga

Las jornadas de mañana y pasado mañana han abierto, en relación con el futuro del país, un abanico de poderosos interrogantes. La incertidumbre que provocan las protestas sociales programadas para esos días, más los rumores sobre saqueos a comercios, han elevado la temperatura política y reavivado el fantasma de la violencia.
Por fortuna existen fuertes indicios de que el caldo de cultivo que pudieran encontrar todos quienes se encuentran interesados en sembrar el caos no es exactamente el que ellos desearían. Sucede que, más allá de la obvia persistencia de la crisis, por primera vez en largo tiempo los indicadores económicos comienzan a dar tibias señales de reactivación. A ese factor decisivo hay que sumarle la importancia que reviste la ayuda instrumentada por el Estado en sus distintas vertientes —nacional, provincial y municipal— para paliar la dramática situación de mucha gente. Y si bien los aportes entregados resultan indudablemente mínimos, han contribuido a disipar la angustia generada por un modelo económico implacable que excluyó a millares de argentinos.
Desde esta columna se ha afirmado en reiteradas oportunidades que las movilizaciones populares constituyen una de las herramientas fundamentales del pueblo para expresar su opinión en el marco del sistema democrático. A ellas se les debe, en gran medida, la recuperación de la propia democracia en las épicas jornadas de 1982 y 83. Pero cuando se desnaturalizan, cuando grupos elitistas y sectarios se adueñan de las calles, el espíritu que debería animarlas se pierde y entonces la locura termina por imponerse. El 19 y 20 de diciembre del año pasado multitudinarias manifestaciones pusieron fin a un gobierno agonizante. El saldo de aquellos días fue luctuoso, como consecuencia de los gravísimos excesos de la acción represiva. Ojalá que la evocación de lo ocurrido sea en paz. Los argentinos, y sobre todo la incipiente recuperación económica, necesitan un escenario en el cual la serenidad no sea una utopía.