Un balance provisorio de la temporada a punto de terminar arroja un saldo sorprendentemente provechoso para el deporte argentino, pero dentro de ese panorama destaca sobremanera David Nalbandian, el mejor exponente en términos relativos y acaso también en términos absolutos. La profusión de grandes logros -en un año en que por cruel ironía del destino el representativo de fútbol sufrió una clamorosa debacle- dificulta lo que de por sí ya es complejo, si por tal se entiende evaluar una bolsa donde conviven disciplinas individuales y colectivas, profesionales y amateurs. Justipreciar los merecimientos es, claro está, una tarea arbitraria por definición, que, sin embargo, merece acometerse aún a sabiendas de sus limitaciones y eventuales ingratitudes. Seis, como mínimo, contando al tenista cordobés, son los que aquilatan sobrados argumentos para aspirar a las mieles del escalón más alto del podio. Cecilia Rognoni y Luciana Aymar, desde luego, estrellas mayúsculas de las gloriosas Leonas que acaban de ganar el campeonato mundial de hockey sobre césped. La primera es considerada la mejor jugadora del mundo y la joven rosarina fue la elegida como la número 1 en la competencia que tuvo lugar en Perth, Australia. Emanuel Ginóbili, notable prestidigitador del seleccionado subcampeón mundial de básquetbol, y en franca etapa de crecimiento, con la camiseta de San Antonio Spurs, en la mismísima NBA. El nadador José Meolans, por supuesto, ganador de los 50 metros libres en el Mundial de Moscú, voraz coleccionista de medallas doradas y, por si fuera poco, implacable a la hora de bajar récords continentales. Tampoco son menores los méritos de Marcos Milinkovic (de estupendo nivel en el Mundial de vóley desarrollado en la Argentina y actual figura del Milano en la exigente liga italiana), del mismo modo que sería una verdadera grosería omitir la trascendente campaña de Sebastián Porto. Pesa, sobre el motociclista de marras, el siguiente fatalismo: sus carreras más destacadas se plasmaron en fines de semana que dispensaron sucesos de mayor envergadura o al menos de mayor repercusión. Pues bien: ¿cuáles serían los puntos fuertes de Nalbandian llegada la hora de las probablemente odiosas y seguramente imprescindibles comparaciones? ¿Cuáles los elementos que podrían inclinar la balanza a su favor? En principio, en relación con Rognoni y Aymar, Ginóbili, Milinkovic, lo deja mejor posicionado el hecho de que ellos fueron respaldados por equipos altamente calificados; equipos, especialmente los de hockey sobre césped y básquetbol, aceitados, solidarios, generosos, maduros. Pero otro factor, tal vez el decisivo, que fortalece en grado sumo al muchacho de Unquillo, es que sus distinguidos compatriotas ya revestían en las nóminas top antes de arrancar 2002; en ningún caso podría hablarse de sorpresa, ni de despegue insospechado o nada parecido. Todos, en alguna medida, alcanzaron la curva máxima de su rendimiento, o la rozaron, o la mantuvieron, o por lo menos dieron el salto de calidad correspondiente a las expectativas que habían sabido despertar. Solito con su alma, acechado por un medio no ya acreditado, prestigiado, si no a menudo hostil, Nalbandian mató dos pajaros de un un tiro: entreverarse con los mejores, en muchos casos ganarles, y sostenerse entre ellos como uno más en una vereda reservada para muy pocos. Vale decir, revelación y consagración llegaron en forma simultánea. Haber jugado la final de Wimbledon ya daría para copar la parada sin rubores: nunca antes había sucedido que un argentino arribara a esa instancia y, a qué engañarse, podrían pasar décadas hasta que vuelva a suceder. Su glorioso debut en el equipo de Copa Davis, con su más gloriosa tarde en el match de dobles contra los rusos, allá, en Moscú, terminó de consolidarlo, y su número 12 en el ránking mundial, antes de cumplir 21 años, rubricó una secuencia histórica en el tenis de estos pagos. Podrá alegarse que perdió el partido decisivo de Wimbledon (con Lleyton Hewitt, claro, fenómeno si los hay), que lo suyo tampoco alcanzó para torcer el destino de la semifinal de la Copa Davis y que, además, ni siquiera terminó el año entre los diez mejores. Conceder esos atenuantes, darlos por legítimos, incluso, tampoco dejaría mal parado a Nalbandian, por el contrario: que no le hayan sido imprescindible los títulos para escribir páginas inéditas en el gran libro del deporte argentino, no hace más que enaltecerlo. (Télam)
| El tenista unquillense llegó a la final de Wimbledon. | | Ampliar Foto | | |
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