Año CXXXVI
 Nº 49.696
Rosario,
martes  17 de
diciembre de 2002
Min 18º
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Editorial
Madres adolescentes

La pobreza tiene muchos rostros en la Argentina de hoy. Son rostros que transmiten demasiado sufrimiento y dolor, que reflejan a un país que sufre las consecuencias de pésimos gobiernos y funcionarios insensibles. El fuerte aumento de casos de niñas y adolescentes que tienen hijos es una de las consecuencias de un Estado ausente, durante años despreocupado de la gente.
Las cifras hablan por sí solas. De los 701.878 bebés nacidos vivos en el año 2000, el 15,15 por ciento tienen madres cuyas edades van de los 9 a los 19 años. Y en sólo dos décadas, las que van entre 1980 y 2000, la maternidad prematura se incrementó un 14,2 por ciento.
Estas niñas y adolescentes tienen otras cosas en común: más de la mitad provienen de hogares pobres y no alcanzaron siquiera a terminar la escuela primaria. Pobreza y falta de educación, una combinación atroz que marcará sus vidas y condicionará su futuro. Desde el punto de vista sanitario el organismo de estas chicas no está preparado para la maternidad, por lo cual los embarazos seguramente van a tener dificultades. Los bebés, por lo general, son prematuros y con bajo peso; el riesgo es mayor mientras más precoces sean las madres.
No resulta sorprendente, en este contexto, que los índices más altos de madres niñas y adolescentes se registren en las provincias que más carencias tienen: Chaco, Misiones, Formosa, Catamarca, Salta. Todas con registros cercanos —incluso superiores— al 20 por ciento. También son alarmantes en Santa Fe: 18,25%, bastante superior a la media nacional. El más bajo se da en Ciudad de Buenos Aires, con el 6,25%. Las condiciones adversas en las que nacen y crecen estos bebés influyen posteriormente en el aumento de la mortalidad infantil en menores de un año.
Revertir esta situación no será sencillo ni rápido. Por eso es que ya no hay tiempo que perder. Urge implementar políticas de estado para enfrentar este drama y tratar, al menos, de paliar sus terribles consecuencias. La prevención y la información son vitales, pero también la contención social y la asistencia sanitaria. Demasiadas vidas inocentes hay en juego como para que las políticas públicas sigan ausentes.


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