Año CXXXVI
 Nº 49.696
Rosario,
martes  17 de
diciembre de 2002
Min 18º
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Reflexiones
Hay ejemplos para imitar

Osvaldo Noval

Un viejo cuento de argentinos creado por los españoles dice que para hacerse millonario sólo es necesario comprar a un argentino por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale. Aunque la humorada parezca exagerada, encierra algo que cada uno piensa o siente cuando hace una autoevaluación o piensa en la sociedad toda, el ser argentino, la cultura o cómo prefiera llamarle.
Los argentinos sabemos que algo debe suceder con nuestro comportamiento porque no es lógico pensar que tanto los españoles como los franceses, italianos, ingleses o estadounidenses, estén complotados contra un país por el mero capricho de sentirse superiores. La crisis argentina de estos últimos tiempos no es política ni económica: la Nación entera está afectada por una crisis de respeto que data de tiempos pretéritos. Hay ejemplos muy simples para arribar a semejante conclusión: ¿por qué pasamos los semáforos en rojo, o casi anaranjado?, ¿por qué arrojamos residuos en la vía pública?, ¿por que no le damos prioridad a los peatones cuando conducimos un auto? ¿por qué no le damos el asiento a las damas en los colectivos? ¿por qué cuando protestamos en las calles molestamos a quienes desean, y tienen su derecho, a transitar con libertad?, ¿por qué sacamos y tiramos la basura domiciliaria a cualquier hora, lo más lejos posible de nuestra vereda o en la del vecino?. Y discriminamos a nuestros hermanos latinoamericanos diciéndoles perucas, bolitas y paraguas.
Parecen muchas las preguntas pero esta lista puede extenderse largamente. ¿Somos en realidad tan superiores como creemos? ¿Hasta cuando viviremos la mentira de nuestras aptitudes maravillosas para sacar ventaja y provecho de la inocencia ajena?
Si bien la autocrítica es una cuestión individual y elemental para la convivencia, deberíamos también ser más selectivos a la hora de optar por un discurso que nos represente. La prensa se ha olvidado en muchas ocasiones de la objetividad que tanto se pregona con la frase "periodismo independiente" y se ha elegido el camino de los análisis menos arriesgados: se dice lo que "la gente quiere escuchar". Pero la opinión pública también se equivoca.
Es fácil decir que tal presidente, gobernador o intendente es un insensible o un hijo de mala madre, pero no olvidemos que esos señores llagaron al poder por el voto popular que desde el año 1983 se ha encargado de elegir sistemáticamente a quien propone todo lo contrario del que está gobernando. Ellos también son el reflejo de sus electores y sin duda son el resultado de una sociedad enferma de egoísmo, iniquidades y mezquindades de todo tipo.
Se cumple un año del fatídico 19 de diciembre en el que el país estuvo sumido en uno de los desastres sociales más graves de su historia y sin embargo parece que en algunos aspectos no hemos aprendido nada. Ya es hora de abandonar los discursos intelectualmente mediocres sobre las culpas del patético presente argentino. Que los presidentes, que el Fondo Monetario, que Estados Unidos, que las multinacionales y todos los señores malos que se abusan de nuestra pobre condición de niños buenos e inocentes. ¿Acaso no estamos enterados de las cosas que suceden a nuestro alrededor? Cómo se explica entonces que nuestros científicos triunfan en el exterior porque aquí es imposible crecer y no se respeta su trabajo con un respaldo adecuado. Cuándo vamos a reconocer que la crisis y el pesimismo no son barreras inexpugnables si le ponemos garra y corazón.
Un claro ejemplo de esto son nuestros encomiables deportistas que le ponen el pecho a la adversidad y lloran por los que se quedaron en casa cuando escuchan el himno nacional en un estadio a miles de kilómetros. Las Leonas del hockey llegaron a lo más alto con el empuje de su orgullo y la responsabilidad de cargar con la camiseta de la selección; Meolans nada a mares por los colores de su país a pesar de recibir sólo un subsidio y vivir en las villas deportivas, lejos de los número uno; Nalbandian pisó fuerte en Wimbledon, nada menos que ante el tenista mejor rankeado del circuito. Y si buscamos un mayor reto al destino, el seleccionado de fútbol compuesto por no videntes supera sus obstáculos con goles sobre las redes ajenas en el Mundial que se juega en Brasil. Los deportistas saben del respeto por sus oponentes y por sí mismos, saben que el esfuerzo se paga con un triunfo o al menos con un premio decoroso.
Sin embargo nos preocupa más saber cual es el negocito que nos hará ricos que el esfuerzo de un trabajo para prosperar y sentir algún día que estamos en un país en serio. El dólar, el juego de la Bolsa, la exportación o importación de baratijas, la compra de oro, o el "mate a su turista preferido cuando entre a comprar", no nos va a salvar. Pertenecer al Primer Mundo no es sólo un sinónimo de poderío económico, o estabilidad política. Si lográramos respetar a nuestro vecino, que también es argentino, tampoco llega a fin de mes y que, si muere en el intento, deberíamos saber que el próximo turno podría ser el nuestro. Un poeta inglés llamado Kipling decía que el éxito y el fracaso son dos impostores, y los argentinos siempre nos aferramos a los extremos para ganarnos el cielo en un minuto o quemarnos eternamente en el infierno, pero deberíamos detenernos a pensar que en casi dos siglos de vida como Nación, las fórmulas del todo o nada, yo o ninguno, lo tuyo es mío y lo mío también, o el sálvese quien pueda, no nos dieron resultados muy alentadores. No hay fórmulas que garanticen un porvenir de gloria y bienestar pero las cosas más sencillas suelen formar una base para construir proyectos más ambiciosos.
Si no lo hacemos por nosotros, eludamos el egoísmo por los que vendrán e inscribamos nuestro nombre como los verdaderos padres del milagro argentino.


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