A Enrique Morente no se le entiende cuando canta. A ningún cantante flamenco se le entiende cuando canta, pero la explicación del problema no reside ni en la incapacidad de quien lo escucha o en presuntos defectos del cantaor. Sucede, sencillamente, que en realidad y como siempre, lo que no se suele entender es la pasión, esa entrega por la que el artista queda exhausto después de mostrar lo que sabe y siente. El clisé, las expresiones for export, lo banal, muestran el aspecto exterior de flamenco, el envoltorio de colores alegres y festivos, pero es una música dolorosa, que siempre contó y le cantó a las angustias de lo marginal, a los amores y desamores, sin usar tonos grises, sin academicismos, diciendo casi frases sueltas más que coplas o versos. En una comunión poco común entre cantante y músico, Enrique Morente y el guitarrista Miguel Parrilla conmovieron hondamente a los más de 500 espectadores que se llegaron hasta el teatro La Comedia, para asistir a un show que en ningún momento decreció en intensidad emotiva. Tarareos, y lo que a los oídos de cualquier desinformado sonaría como balbuceos, iban convirtiéndose en una pequeña historia de pasión que dejaba el final abierto, con relatos cotidianos en los que las palmas de Morente solían escapar con vida propia, como siguiendo un ritmo interior del artista, alejandose de las ordenes que emanaban de la guitarra. El recital se dividió en dos segmentos, y fue en el segundo en que Morente abandonó en parte la interpretación de textos más herméticos y su propuesta se hizo más accesible. Fue también sobre el final de esta parte cuando Morente recibió de manos del intendente Hermes Binner, visiblemente eufórico por el espectáculo, la designación de visitante distinguido de Rosario.
| |