Año CXXXVI
 Nº 49.686
Rosario,
domingo  08 de
diciembre de 2002
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Para el politólogo "hay que reconstruir el Estado"
Natalio Botana: "Preocupa que saquear sea una tradición de 20 años"
Aseguró en su paso por Rosario que "la democracia de hoy no alcanza, pero no hay otro camino"

Eugenia Langone / La Capital

A casi un año de la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, el historiador y politólogo Natalio Botana dice que por momentos se siente como los médicos viejos del siglo XIX que sabían en qué consistía la enfermedad, pero no encontraban el modo que curarla. "Es preocupante que los saqueos sean una tradición de 20 años en la Argentina", reflexionó.
Y en su paso por Rosario aseguró: "Con esta democracia no alcanza, aunque no hay otro camino".
-En el 98 usted ya hablaba de la necesidad de reconstruir las instituciones y el Estado desmantelado. ¿Qué pasa hoy donde todo parece estar mucho más degradado?
-A veces el politólogo y el historiador se sienten en la Argentina como los médicos viejos del siglo XIX: sabían en qué consistía la enfermedad, pero no encontraban el modo de curarla y debían dejar que la naturaleza hiciera su obra. En el 98 veía llegar este problema porque había hecho crisis la hegemonía menemista, que en la lucha por prolongarse desencadenó un tremendo desequilibrio fiscal. Y se llegó a un punto muy débil también desde el punto de vista institucional porque el gobierno de la Alianza reveló que la Argentina es apta para constituir coaliciones electorales, pero es muy inepta para organizar colisiones de gobierno.
-Algunos plantean que fue la movilización popular la que derrocó a De la Rúa. Para otros eso es demasiado ambicioso. ¿Cuál es su análisis?
-En la caída de De la Rúa concurrieron varios factores. Primero, la Alianza quedó debilitada al demostrar sus falencias en materia de gobernabilidad y el síntoma más elocuente fue la renuncia del vicepresidente Carlos Chacho Alvarez. Además, un sector de la Unión Cívica Radical le quitó su apoyo al presidente De la Rúa, mientras que sectores del Partido Justicialista veían la oportunidad de volver. Y, por último, el corralito generó la ira popular de la clase media. Aquí hay un fenómeno interesante, que son las consecuencias no queridas de las decisiones. Porque cuando se decide el corralito, no se espera una reacción tan aguda de la gente que siente que le han robado. Al provocar la caída de un gobierno porque no se está de acuerdo con su economía realmente las consecuencias políticas e institucionales son muy graves, pero lo peor es la salvaje agresión que sufrieron los sectores más débiles y marginales de la sociedad.
-En el 83 estaba la ilusión de la vuelta a la democracia. Como decía el mismo Raúl Alfonsín parecía que con la democracia se educaba y se comía. Hoy se sabe que no alcanza la democracia de la Argentina de hoy.
-Es cierto. Pero debe quedar claro que no hay otro camino que la democracia. Esa esa la paradoja que tienen los países con débiles tradiciones democráticas como la Argentina. Lo que queríamos reconstruir desde el 83 era una democracia pluralista, constitucional, sin contaminaciones hegemónicas, ni clientelísticas y basada en la responsabilidad moral y política del ciudadano.
-Algunas de esas metas son las que la gente sigue reclamando...
-Sí y no. Se reclama que el Estado responda, pero no sé si hay conciencia sobre el esfuerzo común que reclama tener una democracia. Una democracia madura y con sentido equitativo, implica un esfuerzo fiscal muy grande, que en los países maduros y avanzados supera el 30 por ciento de los ingresos. ¿Estamos los argentinos dispuestos a hacer ese esfuerzo? Eso todavía marca un signo de interrogación importante. Sucede que se creyó que la democracia hacía todo y la democracia no hace todo, sino que es el marco institucional para determinadas políticas. Y si las políticas fallan, como efectivamente han fallado, no significa que falle la democracia.
-Usted se refirió a la diferencia entre el enojo de la clase media y las protestas de las clases populares. ¿Analiza los hechos de diciembre como un estallido social?
-Fue una explosión que tuvo comportamientos diferentes. No es lo mismo un piquete en La Matanza que un cacerolazo en Barrio Norte. Los de La Matanza estaban buscando una política de protección social. Eso, como estrategia que busca satisfacer necesidades mínimas como la alimentación, es diferente a un cacerolazo espontáneo de gente que tiene los ahorros en el corralito.
-¿Fue un estallido mediático, en el sentido de que la transmisión de lo que pasaba en Buenos Aires iba generando lo mismo en el interior del país?
-Sin duda porque no hay acontecimiento en el siglo XXI que no sea tratado por los medios de comunicación. Lo que ocurrió hace un año en materia de cacerolazos tiene mucho de espontáneo y cuando se diluyó la espontaneidad se la reemplazó por asambleas, que se diluyeron.
-¿Por qué cree que se diluyeron?
-La Argentina tiene una fuerte tradición de participación esporádica, con estallidos. Es la Argentina del 17 de octubre y de los cacerolazos. Pero el problema no es la debilidad de esta participación, sino del sistema representativo. Porque no hay democracia de calidad si el sistema representativo y los partidos políticos no tienen calidad. Hay que reconstruir las instituciones y el Estado, pero no uno paternalista.
-¿Cómo compararía los saqueos de la hiperinflación de la década del 80 y los de diciembre pasado?
-No podría hacerlo. Pero creo que son tradiciones que se van instalando con el tiempo. Es preocupante que los saqueos sean una tradición de 20 años en la Argentina. Todas estas situaciones se producen cuando hay grandes desarticulaciones institucionales.
-¿Cómo se reconstruyen las instituciones?
-Con tres pilares fundamentales: la reconstrucción de la moneda, de la ciudadanía fiscal y la confianza básica en las transacciones cotidianas. La solución no está a la vuelta de la esquina y tiene que ser un camino equitativo. Nos va a costar mucho.



"Una democracia madura implica esfuerzo fiscal", dijo. (Foto: Gustavo de los Ríos)
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