Cómo no iban a abrazarse así? si le acababan de ganar a Tigre en Victoria por primera vez en la historia. ¿Cómo no iban a ponerse a saltar en el medio de la cancha con esa fuerza y esas ganas? Si en los anteriores ocho partidos que habían jugado fuera de casa no habían podido sumar nunca de a tres. El festejo de Argentino tuvo la carga emotiva de los desahogos y, a juzgar por esos puños apretados y esos insultos al aire, el sabor a revancha de quien está más acostumbrado a los sinsabores que a la felicidad deportiva. Tuvieron que coincidir dos circunstancias para que Argentino dejara atrás el estigma de no poder ganar como visitante. La primera y principal fue que se encontró con un rival que jugó decididamente mal. Y la segunda fue que en el segundo tiempo se reecontró con una amiga cuyo paradero hasta ayer era desconocido: la contundencia. El final de la primera etapa entregó la sensación de que el cero a cero no se modificaría por nada del mundo. Porque Tigre jugó bien durante los dies primeros minutos y después hizo todo lo posible para facilitarles el trabajo a los volantes y defensores salaítos. Y porque Argentino se defendía más o menos bien, pero tenía poca presencia en las cercanías del área rival. Los volantes pasaban poco al ataque y Vásquez debía pelear casi siempre en inferioridad numérica. Además, la entrada de Rubio por Sebastián Ferreyra, quien salió lesionado, pareció potenciar la postura inicial de priorizar los cuidados defensivos por sobre cualquier gesto de audacia. Turbado por los gritos exigentes de su gente, que fueron creciendo a medida que corría el tiempo, Tigre comenzó a desprotegerse en el fondo. Argentino casi lo aprovecha a los 23', pero Vázquez dilapidó un mano a mano. Y, un minutos más tarde, Vella se despachó con uno de esos golazos que quedan para siempre en la memoria: entrando en diagonal de derecha a izquierda, enganchó hacia adentro y sacó un zurdazo desde afuera del área que se clavó en un ángulo. Tigre, cuya apatía terminó enfureciendo a sus hinchas, estuvo lejos de mejorar y se cansó de rebotar contra la última línea de Argentino. En una contra filosa, a Vázquez le quedó atragantado el segundo, sobre los 28'. A esa altura, los jugadores de Tigre habían quedado definitivamente atrapados por sus propios nervios, al punto de que el local daba la sensación de ser un equipo bloqueado, sin respuestas futbolísticas y para colmo livianito de temperamento. Y, en el tercer minuto de descuento, el ingresado Laviano desairó a tres rivales en velocidad y definió cruzado para reasegurar el triunfo. Que se demoró más de lo que el promedio de los salaítos aconsejaba, y por eso lo festejaron como si hubieran ganado una final.
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