En el medio de ese pandemonium de voces, está Gustavo Rezzoaglio, un conductor que, pese a la ausencia de una asesora de vestuario, fue plantando su personalidad en el campo minado de la exaltación y la necesidad de decir. Sobrio y claro, le incorporó al programa un sutil lineamiento ético propiciando el debate por encima de la discusión. Acostumbrado al timing de la radios FM, Rezzoaglio había resbalado creyendo que su posición central en el programa era suficiente para imponer un orden necesario para el entendimiento. Pero rápidamente se reveló como un moderador de fuste, sin autoritarismos ni malos modales, pero con la rigurosidad exacta para que todos puedan expresarse. Aunque quizás, para algunos temas de gran peso público, la tribuna esté superpoblada.
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