Año CXXXVI
 Nº 49.672
Rosario,
domingo  24 de
noviembre de 2002
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Neuquén: Arreos en la cordillera
Una travesía acompaña a los arrieros que trasladan los rebaños hacia los pastos altos de la montaña

Corina Canale

Mientras el amanecer despunta sobre Chos Malal, la oscura silueta del volcán Tromen se recorta entre los arreboles del cielo neuquino; la hacienda, en un cercano recodo del río Curi Leuvu, se inquieta percibiendo la partida.
Los peones, en cambio, duermen profundamente con la cabeza apoyada en la montura. La noche anterior, cuando juntaban los animales, le enseñaron a los turistas esa manera de descansar a cielo abierto, bajo un manto de estrellas plateadas. Sólo "el Ramiro" remueve las últimas cenizas buscando algunas brasas para iniciar con ellas el nuevo caldero. El peón se empeña en encender el fuego para los amargos.
Y ese día era el primero de los diez en que hombres y bestias compartirían una travesía hacia la veranada, más allá de Manzano Amargo, en las alturas de la laguna La Leche. A baquianos y turistas les esperaba un recorrido de 200 kilómetros hasta los campos altos de la cordillera.
Con los amargos circulando de mano en mano, y con algunos peones desayunando con "chupilca" (una bebida mapuche), los hombres recordaron la intensa jornada anterior, juntando chivos por un lado, yeguarizos por el otro y terneritos más allá.
En la zona norte de Neuquén se practica la trashumancia como parte de la actividad ganadera. Es una técnica que se transmite de una generación a otra en las familias de crianceros.
Hay que llevar los rebaños de una zona a otra, un trabajo que se realiza todos los años entre noviembre y diciembre, mientras que de marzo a mayo se produce el regreso hacia las tierras de la invernada, en las mesetas y valles inferiores.
Durante el largo desayuno los peones se turnan para cuidar a los animales sueltos; hay que evitar que se desbanden con los relinchos y los mugidos que siempre acompañan el amanecer. Ese es el momento en que los líderes de las manadas buscan su ración verde, entre la maleza rala que crece en los girones de humedad que dejó la última crecida. Es entonces cuando dos baqueanos enfrentan a los animales, y al grito de ¡arre, arre! los incita a caminar, a iniciar la travesía. Primero caminan lentamente y es preciso apurar a los más lerdos, mientras las vacas, a puro instinto, mugen para que las crías no se aparten de su lado.
El tramo inicial, por el valle del río, es tan fácil para los animales como para los turistas; las primeras dificultades surgen al subir las laderas del cerro Mayal, un terreno suelto con piedras redondas y arenisca gris, fina y polvorienta.
La subida no es grande, pero desde allí se divisa claramente la confluencia de los ríos Curu Leuvu y Neuquén, y más atrás la ciudad de Chos Malal, en mapuche "corral amarillo". A esa hora temprana, los cerros más altos proyectan su sombra sobre ella. Y no muy lejos, del otro lado del río Neuquén, se ve el cerro Caycallen, en cuyas laderas bajas se ven las capas de ocres y morados de las distintas formaciones geológicas.
Pero es recién a las tres horas de travesía que aparece el valle del arroyo Chacay Melehue y las alamedas de El Alamito, localidad enclavada al pie de la majestuosa Cordillera del Viento, a la que es un privilegio observar en toda su extensión.



En esta época los rebaños se trasladan hacia pastos altos.
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