Año CXXXVI
 Nº 49.672
Rosario,
domingo  24 de
noviembre de 2002
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San Juan: El pueblo que pide agua
El 4 del mes próximo la pequeña localidad de Mogna será sede de la Fiesta de Santa Bárbara

Corina Canale

La historia de cómo llegó a Mogna la imagen española de Santa Bárbara es incierta, aunque resulta conmovedor que se invoque a la santa para arrancar del cielo torrentes de lluvia que siempre llega entre el ruido de los rayos y la luz de las centellas a este desértico poblado de San Juan donde el agua es el más preciado de los tesoros. Ya lo era en 1753 cuando entre jarillas y chañares se fundó Villa de Mokina, en quichua "río de agua sucia", que apenas reunía un puñado de casitas de adobe con techo de caña y barro.
En este pequeño pueblo se celebra todos los 4 de diciembre el día de santa Bárbara, mártir del siglo III y patrona de la artillería. Unas 15 mil personas llegan a Mogna todos los años para venerar a la santa y asistir a la misa que este año celebrará el nuevo arzobispo de San Juan, monseñor Eduardo Delgado.
Los lugareños cuentan que ese día el cielo se oscurece y la tormenta que siempre llega es la señal de que la virgen está acompañando a los promesantes. Es el día en que los gauchos de la región montan caballos enjaezados y llevan grandes estandartes rojos y amarillos -los colores de la virgen-, durante el tradicional desfile callejero.
Son jinetes que lucen atuendos gauchescos y que le otorgan a la fiesta un toque campestre. Los mismos que llevan en procesión la imagen de Santa Bárbara mientras flamean la bandera argentina, y que muestran sus destrezas en domas y carreras cuadreras. Y que se entreveran con los visitantes en divertidas cinchadas.

Melones, uvas y pimientos
Ese es para Mogna un día de fiesta, en el que los promesantes vienen a agradecerle a la santa los favores concedidos, y a pedirle que proteja la siembra, a la vez que los campesinos dejan en el altar, como ofrenda, melones, uvas, pimientos y dulces.
Es, también, el día en el que los peregrinos ofrecen donaciones de ropas, alimentos y libros, y por seguir una vieja tradición también algunos bancos para la iglesia. Una iglesia que fue construida para Santa Bárbara en 1977 y que tiene dos campaniles en su frente, un vetusto armonio de los años •40 y un altar de arte catalán donado en 1918 por un grupo de españoles.
Durante todo el día es incesante el desfile de los fieles ante la imagen de la virgen, una talla de 60 centímetros que está sobre una pilastra blanca. Y también es constante el ir y venir de la gente por las calles, entre la música y los puestos de comidas.

Preciado metal amarillo
Muchos turistas aprovechan esta fiesta para visitar las cercanas ruinas de las minas de oro de Gualilán, con sus altas chimeneas de ladrillos que se ven desde la ruta. Detrás de las pardas lomadas de ese desierto aún hay vestigios de casas y galpones, y parte de las bases de hormigón donde se asentaban las máquinas que buscaban oro en las entrañas de la tierra.
Ese lugar que hoy está silencioso fue testigo del arduo laboreo de los hombres por llegar al preciado metal amarillo. De aquellos días que cobijaron sueños de súbita riqueza quedaron pasadizos sinuosos, rampas y bocaminas.
En los días de fiesta los lugareños suelen contar muchas historias sobre la vieja mina, de la que aseguran "el oro aún espera en las profundas y oscuras galerías". Y siempre cuentan la historia de la joven que nació en Alejandría en el año 226.
La Fiesta de Santa Bárbara es una de las últimas celebraciones gauchas autóctonas del país. Un día en el que nativos y visitantes esperan el mágico momento en que una tormenta de viento, lluvia y granizo se descuelgue del cielo sobre el pueblo que pide agua.



Los jinetes lucen atuendos gauchescos en el desfile.
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