| | Editorial Las claves para el despegue
| Sin dudas, un país es consecuencia de los actos de todos sus ciudadanos. Pero acaso la Argentina sea consecuencia de los actos de todos sus dirigentes. Y la notoria ineficiencia de casi todos ellos a lo largo de las últimas décadas ha convertido a la República en lo que es ahora: una nación azotada por la crisis, que todavía no puede encontrar el camino hacia la salida. En ese sentido, bien puede afirmarse que el peor de los hábitos nacionales ha sido y es el dejarse estar, el aceptar como modelo de vida social una estructura obsoleta que nada tiene que ver con el mundo moderno, el cual avanza velozmente hacia un nuevo orden. Días atrás se sostenía en esta misma columna que las acuciantes necesidades de la coyuntura suelen convertir a los funcionarios en gerentes de lo instantáneo, perdiendo en ese vértigo la capacidad de ver y solucionar los problemas de fondo. Una de las más notorias asignaturas pendientes de la Argentina es remediar un mal geopolítico que la perjudica hace demasiado tiempo: la provincialización. Una reforma constitucional sería tal vez el camino indicado para implementar la regionalización del país, que contribuiría a desterrar el cáncer de la burocracia. A la par de la regionalización, resultaría imprescindible encarar la transformación de todos los Estados, tanto provinciales como municipales, para adaptarlos a las exigencias del mundo globalizado y ponerlos al servicio real de la ciudadanía. El pensamiento aquí expuesto no se relaciona con la defensa a rajatabla de las privatizaciones, modelo que en gran medida ha fracasado en la Argentina. El Estado no debe desentenderse de los servicios, la educación, la salud ni la seguridad, sino acompañar al sector privado en nuevos emprendimientos. Y tal vez sería este el momento oportuno para implementar el régimen de cogestión, a través de sociedades mixtas conformadas por capitales estatales y privados, dejando en manos de estos últimos el gerenciamiento. También, por cierto, urge concretar una transformación impositiva y, fundamentalmente, una reforma laboral que estimule las inversiones; no conviene omitir que prácticamente la mitad del costo del trabajo está representado por las retenciones. En toda crisis existe, junto a la situación de pauperización y el desaliento colectivo, la oportunidad de cambiar el rumbo y salir adelante. Pero la oportunidad puede desaprovecharse si no se toman las decisiones adecuadas en el momento justo. Y ese momento justo es: ahora.
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