El gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann, acaba de esconder la semilla de su ambición política en un campo sembrado de ellas al decir que todavía es joven para aspirar más adelante a la presidencia de la Nación.
Difícilmente se trate de una respuesta no pensada. Sobre todo porque era una pregunta cantada que, sabía, le harían tras reunirse con el presidente Eduardo Duhalde en medio de la enorme expectativa mediática que la entrevista había despertado. Leída, no sin razón, como un coletazo del exitismo reinante apenas un par de días antes en el congreso peronista de Obras Sanitarias en que el oficialismo dio muestras de tentar a la suerte negando a la historia.
Para los peronistas sólo hay una cuestión que está sobrentendida en el futuro político inmediato del país. Y es que será peronista el próximo presidente. Ese convencimiento remite al espíritu con que los radicales afrontaron su convención nacional en Tucumán en noviembre de 1956. No discutieron cómo ganar las elecciones, menos cómo gobernar un país en manos militares y dividido socialmente porque eso se tornaba secundario frente a un triunfo asegurado con un peronismo proscripto. De modo tal que las mezquindades intestinas se tornaron facciosas y miopes las miradas que fueran más allá del propio ombligo. El resultado fue demoledor: la UCR se fracturó de modo irremediable y definitivo.
La inopinada actitud de partido único con que el peronismo afronta la resolución de sus disputas propias se parece en mucho a aquella pesadilla que los radicales aún no han logrado dirimir del todo. Es cierto que el sentido abarcativo con que el peronismo recoge a sus propios heridos luego de cada confrontación difiere esencialmente de la dificultad que obnubila a los radicales para restañar con fugacidad sus propios odios. Pero no lo es menos la coyuntura existencial a la que se enfrenta o si se quiere se recrea desde la desaparición de su creador y líder.
En busca de un líder natural
Con Perón donde quiera que estuviera, y una mayoría cautiva de adhesiones populares sin fisuras, el Partido Justicialista sólo tuvo que preocuparse por canalizar su visceral vocación de poder y el único camino era acceder al gobierno o desestabilizar a los "usurpadores" que lo tuvieran.
Ahora el peronismo vuelve a discutir en primer término su propio liderazgo y, para colmo, ya no posee una mayoría popular de su lado que le garantice el triunfo y esto es lo que, en el fondo, encierra la pelea por la determinación de la candidatura presidencial oficialista. La ley no escrita del peronismo determina que el líder ejerce con poder omnímodo su derecho de primacía hacia adentro y hacia fuera. Durante la década menemista la titularidad partidaria y la presidencia de la Nación la ejerció Carlos Menem como antes lo había hecho Perón -en todo caso, el volátil interregno de Cámpora en 1973 no fue sino ratificatorio de esto-.
Desde el 1º de julio de 1974 el peronismo perdió la comodidad de su referenciación única e inequívoca, al margen de la reinterpretación que cada sector hiciera de ella. Desde entonces y hasta estos días el liderazgo se volvió competitivo y visto está pasible de renovación, es decir perdió en inamovilidad y esa suerte de infalibilidad que le eran propias a una estructura verticalista que sólo en función de esta característica podía ufanarse de ser movimientista y por ende hacer coexistir de modo más o menos pacífico contradictorias visiones de una misma realidad.
Para pesar de los argentinos que afrontan su primera gran crisis del nuevo siglo, el partido político mayoritario que tiene el país se encuentra otra vez inmerso en uno de sus dilemas existenciales o en medio de un cambio de resultados todavía inescrutable en tanto no es menor la crisis de identidad que afecta al radicalismo como tradicional fuerza de alternancia. Para quienes observan que no existe en el mundo ninguna democracia consolidada que no esté basada en el bipartidismo, estamos en una hora crucial.
Al margen de estas licenciosas simplificaciones, convendría agregar de modo referencial que la tan mentada renovación dirigencial que el peronismo exhibió al país a fines de la década de los 80 difiere también de manera palmaria del dilema que hoy enfrenta: entonces tenía su piso de adhesiones más o menos firme siempre rondando el 40 por ciento del electorado, es decir una base de sustentación porcentual que con poco lo arrimaba al triunfo electoral. Dominaba de modo hegemónico algunas estructuras como la sindical y su prédica en las clases populares no admitía fisuras. Todo lo cual está hoy relativizado en una dimensión que aún ni los propios peronistas logran descifrar.
De allí que el exitismo evidenciado el martes en el congreso de Obras Sanitarias se parece en mucho a la definición del ensayista venezolano Guillermo Yepes Boscán en su libro "Dones y miserias de la poesía". La colisión de la formalidad con la irrealidad anhela el espíritu de la comedia, dice el autor.
Nadie duda de la legalidad con que este segundo congreso de inspiración duhaldista salvó la formalidad que se cuestionara a su propia versión realizada una semana antes. En cambio, cabe preguntarse si la reunión como producto del esfuerzo por definir el mecanismo de una candidatura presidencial fue del todo real, habida cuenta la ausencia en el cónclave de sus dos precandidatos que hoy, encuestas mediantes, reúnen los mayores porcentajes de adhesión aunque éstos no se aproximen al 20 por ciento del electorado.
Cuando se impone la sátira
Si hay un dato que referencia a la lucha peronista interna de estos días más allá de la misma candidatura presidencial es, precisamente, esa colisión entre la formalidad y la irrealidad de su debate. Y el riesgo de caer en lo satírico.
"Esta interna es un liceo de señoritas". Fue Carlos Reutemann precisamente el primero en satirizar la compulsa, aunque sin darse cuenta, por cuanto lo que pretendió -presuntamente- es desdramatizar una instancia cuya entidad hace presumir una virulencia desmadrada en algún momento de su desarrollo. Y había sido el mismo gobernador santafesino quien situó la interna en esa peligrosa senda al anunciar que no competiría en la pelea presidencial por "haber visto cosas feas" que más tarde -luego que el país asistiera azorado a la ejecución de dos manifestantes sociales en el conurbano bonaerense por la policía de ese distrito- aseguró que eran esas cosas las que había visualizado de un modo prematuro y preventivo y que lo llevaron a alejarse.
La interna peronista no es una cuestión de Estado. Y los peronistas deberían saberlo a esta altura. El país no puede sufrir en su conjunto las alternativas de una competencia que tampoco tiene que ser un juego de niñas bien educadas porque de hecho la pelea por el poder no lo es nunca pero resulta imperioso que cualquier atisbo de actitud mafiosa e inescrupulosa sea despejado de modo efectivo y eficiente.
Pero eso no fue lo que hizo Reutemann al maximalizar desde un sentido satírico esa confrontación que hoy lideran Duhalde por un lado y Menem por otro. Simplemente porque el peronismo no es un liceo y sus dirigentes, sin diferencia de géneros, tampoco son inocentes colegiales. Es decir, que la respuesta al paso estuvo bien. Nada más que para eso. La duda persiste todavía para saber cómo y cuándo los peronistas dirimirán su disputa por el liderazgo supremo del que surgirá, entonces, una candidatura presidencial.
La gente mira hacia otro lado
De esta pelea no se ausentó Reutemann. Ni él ni el presidente desconocían que la afectada discreción y la formalidad de la que pretendieron imbuir a su encuentro en la estancia norteña de Los Guasunchos es para la mayoría de los ciudadanos parte de una irrealidad del todo ajena a su cotidianidad de hijos de vecinos. Bastaría para ello advertir que no fueron pocos los hombres y mujeres del común que llamaron a las radios no ya preocupados por saber si Reutemann y Duhalde hablaron de política y ni tampoco para interiorizarse por los avances en materia agrícola que, según el discurso oficial, movieron al presidente a viajar a la provincia para verlo con sus propios ojos aunque no se entiende muy bien por que debió hacerlo en compañía de su ministro político, el titular de la cartera de Interior, Jorge Matzkin. Los oyentes preguntaban cuánto costó movilizar avión, helicóptero, autos y funcionarios, y si la razón merecía el gasto.
Ni Menem ni Rodríguez Saá aparecen hoy en condiciones de llevar a un triunfo electoral seguro al PJ. Duhalde afirma que se retira del cargo el 25 de mayo mientras estira las fechas electorales y habilita a su mujer a integrar un binomio electoral. Reutemann no compite. De la Sota y Kirchner van más rezagados que los dos primeros. Esta grilla demuestra que ninguno está en condiciones de asirse del poder por sí solo y cada uno quiere condicionar al otro en un círculo que tampoco parece tener el virtuosismo de niñas de liceo y que no está claro cómo será roto.
Por lo pronto, Carlos Reutemann ha acotado que es muy joven todavía para ser presidente del país más adelante. Es decir, recalificó sus ya recurrentes negativas. Será candidato, pero no ahora. En tanto, ratifica su condición de presidenciable para más adelante. Para ello sabe que de lo único que no puede abstraerse más allá de los equilibrios que necesite hacer es de la lucha por la primacía peronista en tanto ésta no sea producto de la colisión entre la formalidad y la irrealidad.