Lo mejor que podría pasarle a Argentino es que el año termine ya. Ayer perdió uno de esos partidos que un equipo apremiado por el descenso no debe perder: ante un rival directo en la lucha por quedarse en la B. Pero ese no es el único dato negativo de su realidad. Los salaítos volvieron a dejar la sensación de ser un conjunto vulnerable y sin consistencia, dos aspectos esenciales a los que parece no poder encontrarles la solución. Ante este preocupante escenario, a sus hinchas sólo les cabe esperar que los seis partidos que quedan antes del receso sean lo menos tortuosos posible y que la posibilidad de realizar una pretemporada en enero le permita al equipo conseguir el despegue que tanto necesita para mantener la categoría. La barra de quince hinchas que acompañó a Argentino a Villa Crespo, que por otro lado fue la copia más fiel que se haya visto hasta el momento a la hinchada de Yupanqui en el promocionado aviso televisivo de Coca Cola, debe haberse ido con una mezcla de desilusión y bronca. Desilusión porque Argentino comenzó ganando con aquel tiro mordido de Calabuig a la salida de un córner y Atlanta logró que la alegría cambiara de tribunas en apenas cinco minutos. El empate de Lucas Ferreiro llegó tres minutos después del gol de Calabuig. ¿Incapacidad para sostener la ventaja y jugar con la desesperación del rival? ¿Mala suerte? Seguramente hubo un poco de cada cosa. Para colmo, Atlanta lo terminó de dar vuelta en su segunda jugada realmente profunda con una definición cruzada de Marcelo González. Y bronca porque sobre el cierre del primer tiempo a Guillermo Rietti se le fue la mano al expulsar a Evangelista por un supuesto codazo. La jugada, a lo sumo, era para amarilla. Perjudicado entonces por el árbitro, Argentino supo compensar con sacrificio el hombre de menos que tuvo durante la etapa final. La superioridad numérica de Atlanta no se notó tanto en la tenencia de la pelota como en las posibilidades que unos y otros dispusieron ante los arcos. Mientras los bohemios, cómodamente dispuestos para contragolpear, dilapidaron seis chances claras de gol y transformaron a Campestrini en la figura de la cancha, Argentino se debatió en su impericia ofensiva y, curiosamente, estuvo cerca del empate con dos chilenas, una de Pierani que pasó al lado del palo izquierdo y la otra de Pablo Vázquez atajada por el arquero. El resultado, al cabo, fue inobjetable. Atlanta, cuyos hinchas sufrieron hasta el último segundo de juego simplemente porque sus jugadores tampoco les ofrecen garantías, lo ganó por oportunista y por su mayor inteligencia. En este último aspecto, por caso, Argentino cometió un error imperdonable: Bullentini, un gigante cabeza de área como pocos, jugó 28 minutos y se la pasó más de la mitad de ese tiempo tirándose a los costados y retrocediendo a buscar la pelota. Inexplicable.
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