| | El cazador oculto: Sueños cruzados en la madrugada
| Ricardo Luque / Escenario
El pibe (unos quince años, remera negra con un enorme "Luca vive" en letras rojas estampado en el pecho, zapatillas de lona, jeans raídos) deambulaba como perdido por la calle empedrada que conduce, sin escalas, al galpón del CEC. Era uno de los pocos que todavía quedaban en el lugar. Su rostro no podía ocultar las locas ganas que sentía por ver a Las Pelotas, aunque en su mirada flotaba un aire de resignación. Había hecho todo lo posible, había vuelto del colegio caminando, había hurgado en el monedero de la madre, había visitado a la abuela y hasta le había sonreído al padre con aire angelical. Pero, igual, la plata no le alcanzaba. Le faltaban monedas, pero no las tenía. Su única esperanza era que alguno de los "caretas" que iban al recital se apiadara y le diera para pagar la entrada. Pero sus esperanzas flaqueaban, y para colmo en el aire ya se sentía esa estimulante agitación que precede a la aparición sobre el escenario de los grupos de rock. A unos pocos metros, apenas cruzando la avenida, una mujer apretaba las muelas conteniendo su rabia, mientras esperaba que llegaran los inspectores municipales para controlar el volumen del sonido que llegaba a su departamento durante el show. Confiaba en que una vez hecha la constatación se terminarían de una vez y para siempre los conciertos de rock en el CEC y también sus problemas para conciliar el sueño. Los anhelos cruzados del pibe y la mujer, acaso sin que ellos mismos lo supieran, eran una prueba (otra más) de que las cosas son del color del cristal con que se mire. Para que se entienda mejor: la música que al pibe lo hacía sentir que tocaba el cielo con las manos a la mujer le parecía un ruido infernal y le causaba náuseas. El enfrentamiento, puramente ideológico, es ancestral. ¿Quién no ha sufrido a un padre vociferante reclamar, en lo mejor de una sesión hogareña de rock, que se baje el volumen? La disputa, que se quiere dirimir con un decibelímetro, es más profunda. Lo que realmente está en juego es la necesidad de tolerar las diferencias. O lo que es lo mismo, que el pibe pueda disfrutar del rock de Las Pelotas y la mujer, dormir apaciblemente.
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