Ariel Etcheverry / La Capital
A Carlos Alberto Grimi, un productor agropecuario de Barrancas, lo asesinaron a sangre fría. Primero le dispararon un escopetazo por la espalda y cuando estaba en el piso lo remataron con un tiro en la cabeza con un revólver calibre 38. Después quisieron deshacerse del cadáver y lo arrojaron en un descampado a varios kilómetros de distancia. Hasta el momento, la hipótesis más sólida es que se trató de un crimen por encargo. Pero cuando todavía nadie sale de su asombro en el pueblo, la investigación policial del crimen derivó en una inesperada confesión: uno de los acusados, quebrado emocionalmente y ante un inminente futuro tras las rejas de por vida, admitió ser el responsable de otro homicidio ocurrido hace casi 20 años. Un caso que había quedado impune en la misma localidad y del que pocos ya se acordaban. Es más, los familiares de la víctima ya no viven más en el pueblo y la investigación se encontraba en vía muerta (ver aparte). Grimi tenía 53 años, una mujer y una hija de 31. El sábado a la tarde, a eso de las 18, fue a trabajar a su campo que queda a cinco kilómetros del casco urbano de Barrancas. Cuando se hicieron las 10 de la noche, sus familiares advirtieron que no regresaba y dieron aviso a la seccional local. Los agentes entonces fueron a buscarlo a su establecimiento, pero no lo hallaron. Durante el rastrillaje por la zona, los uniformados se toparon con Juan Carlos Miranda, un peón rural que trabaja en un campo vecino al de Grimi, cuyo propietario es César Agustín Livoreiro. Al ser interrogado sobre el paradero de Grimi, Miranda sólo contó que efectivamente lo había visto alrededor de las seis de la tarde, vestido con una camisa blanca y montado en bicicleta como si se dirigiera hacia el pueblo. Con esos datos, los policías regresaron a la comisaría y le comunicaron a los familiares la novedad. Pero a partir de ese momento todo empezó a enrarecerse porque los allegados al hombre desaparecido aseguraron que Carlos vestía ropa oscura de trabajo y que nunca podría haber ido a trabajar con una camisa blanca. Además, mencionaron un problema que había tenido con Livoreiro, cuyo peón había sido interrogado por la policía minutos antes. Poco después, Livoreiro fue ubicado en su campo y citado a declarar en la seccional. Allí, luego de responder preguntas con evasivas, el también productor agropecuario confirmó agobiado por la culpa lo peor que podía suceder. Dijo en principio que Miranda había asesinado a Grimi y que su empleado le había pedido ayuda para hacer desaparecer el cuerpo. Ambos cargaron el cadáver en el Renault18 del patrón y lo llevaron hasta un monte de paraísos, arbustos y malezas de casi dos metros de altura. El sitio queda entre la ruta nacional 11 y las vías del ex ferrocarril Belgrano, prácticamente en el límite entre los distritos de Barrancas y Monje, una zona de muy difícil acceso. "Si esto se prolongaba en el tiempo iba a ser muy difícil encontrar el cuerpo en ese lugar", consideró una fuente policial. Tras la confesión de Livoreiro, la policía fue a detener a Miranda. El peón aún estaba en el campo de su patrón cuando llegaron los efectivos. Entonces intentó escapar a campo traviesa, saltando alambrados y amparado en la oscuridad de la noche, pero igualmente fue alcanzado. Pero los investigadores policiales se llevaron una sorpresa mayúscula al escuchar su versión del asesinato. Efectivamente se hizo cargo del crimen, pero adujo que siguió un mandato de su empleador. "Dijo que los dos se llevaban mal y que su patrón le había encargado matarlo", agregó un vocero. Fuentes de la investigación dijeron que el crimen habría ocurrido en un camino de tierra que separa los campos de Grimi y de Livoreiro, pero hasta ayer se desconocían sus motivos reales. La víctima fue ultimada con una escopeta calibre 16 con la cual le dispararon directo a la espalda. Después, cuando estaba en el piso, se cercioraron de que muriera y le pegaron un tiro en la parte de atrás de la cabeza con un calibre 38. La policía secuestró las dos armas pertenecientes a Miranda y el coche en el trasladaron el cuerpo. Los investigadores también encontraron la bicicleta en la que se movía Grimi, desarmada pieza por pieza y enterrada en un pozo tapado con hojas y ramas. El peón enfrenta una acusación por homicidio calificado y agravado por alevosía porque Grimi fue atacado por la espalda, mientras que a su patrón se le imputa encubrimiento agravado hasta que se compruebe si fue quien dio la orden de asesinar a su vecino. Los dos están a disposición del juez de instrucción de la 4ª Nominación de Santa Fe, Rubén Saurín.
| |