Al escucharse los tres estampidos, el chofer del colectivo de la línea 145 agitó la cabeza a ambos lados y clavó los ojos en el espejo retrovisor. La joven mujer que bajaba con una criatura en brazos trastabilló y se derrumbó sin vida en la vereda. Un balazo de pistola calibre 9 milímetros le había partido la cabeza en la esquina de Gutiérrez y Cepeda. Un chico de 16 años, desde una moto en movimiento y en forma decidida, había disparado contra el colectivo en varias ocasiones. Eran las 9 de la noche del 4 de octubre de 1998.
Ahora este chico, que tiene 20 años, fue considerado autor de la muerte de Miriam Ruiz Díaz, la joven de 23 años que recibió uno de los proyectiles que atravesó la carrocería del ómnibus cuando ella bajaba con su nena de 13 meses y su marido. Este joven, a quien se conocía como Rusito, se llama Walter Alejandro Paré. El juez Juan Leandro Artigas evaluó que es responsable del homicidio simple de la joven madre. Ahora una fiscal debe dictaminar si pide condena y el mismo juez podría, si ello ocurre, sentenciarlo a una pena de entre 8 y 25 años de prisión.
Preso con relaciones
La coincidencia de las descripciones y el señalamiento de varios testigos llevaron rápidamente a la policía hasta el Rusito, que fue detenido cuatro horas después de la balacera contra el colectivo, en la esquina de Ayacucho y bulevar Seguí. A los pocos días quedaba clara la estrategia judicial elegida por los defensores del chico. Abrumado por las pruebas en su contra, el Rusito se confesó enseguida autor de los disparos.
Pero alegó que no había sido su intención abrir fuego con el arma que llevaba, sino que los tiros se dispararon accidentalmente, más de una vez, porque el mal estado del pavimento hizo que su moto corcoveara, impidiéndole dominar la pistola.
Durante los primeros días del proceso en Tribunales, varias personas influyentes acudieron a interesarse por la situación del Rusito y el estado de la causa. Entre ellas hubo políticos locales del radicalismo, autoridades de la Facultad de Derecho de Rosario y dirigentes gremiales. Es que el padre del Rusito, José Luis Paré, conocido como Mono, integraba la dotación de personal no docente de la Universidad Nacional de Rosario y era, él mismo, militante barrial del radicalismo. En la Facultad de Derecho, además, trabajaban por entonces como empleadas dos hermanas del chico acusado.
En principio, los testigos no ayudaron nada al adolescente acusado. Instantes antes del fatal suceso, dos vecinos del Rusito que se movilizaban en una Honda 100 lo sobrepasaron. Estos jóvenes, Claudio Spinetti y Marcelo Medina, escucharon los disparos, vieron al Rusito empuñando el arma y le reprocharon airadamente la actitud de disparar en un lugar donde había gente. Spinetti y Medina, quienes se dirigieron espontáneamente a Tribunales, la pasaron mal por ser testigos: es que fueron coimputados por la muerte de la mujer, aunque rápidamente resultaron sobreseídos.
El peso de las pericias
Las primeras pericias encargadas por el juez Artigas fulminaron los argumentos del Rusito. Un técnico criminalístico de la sección Balística de la policía reportó que los tres disparos que agujerearon el colectivo se habían realizado con una pistola calibre 9 milímetros, con manejo de puntería. El perito remarcó que el arma, al momento de los disparos, se hallaba controlada y que quien la accionó estaba en movimiento. Y terminó de complicar al adolescente al recordar que dos informes policiales destacaban que, en el lugar del hecho, la cinta asfáltica es plana, en óptimas condiciones para circular sin sufrir desequilibrios.
El punto más descalificador de lo que había dicho el Rusito, sin embargo, fue que de una pistola 9 milímetros jamás pueden originarse disparos casuales a repetición. En tales armas, el disparo sale a condición de que se gatille cada vez. Nunca producen efecto ráfaga, tipo metralla, a reiteración. Por lo que cada tiro que perforó el ómnibus fue resultado de una determinación voluntaria.
El juez Artigas reunió esos elementos y evaluó que las declaraciones del Rusito no estaban destinadas a contar la verdad sino a colocarse en una situación procesal favorable. Consideró categórica la pericia balística que refrendaba que los tiros que causaron la muerte a la joven madre fueron producto de una decisión consciente del adolescente ya que fue necesario, dice la resolución, accionar el disparador en cada uno de los tiros.
Por esa razón el magistrado consideró a Walter Paré responsable de homicidio simple por dolo eventual. Esta figura implica que el propósito de matar podía estar ausente en las motivaciones del chico, pero su acción no fue por ello menos grave, ya que no podía ignorar las graves consecuencias que podría desencadenar. El juez reforzó esta idea citando jurisprudencia de una cámara penal tucumana, que ante un caso de homicidio señaló que no es preciso profundizar en la intención que tuvo el imputado, pues el medio empleado -un arma de fuego- y el uso que se hizo del mismo debían razonablemente producir la muerte.
El expediente por este conmovedor crimen esperaba resolución desde febrero de 1999, cuando la investigación quedó agotada. Desde mucho antes Walter Paré, que inicialmente fue conducido a la Casa Joven de General Lagos, permanece en libertad. Algo difícilmente explicable: los penales de comisarías están colmados de menores acusados de delitos mucho más leves que un homicidio de estos ribetes.
Ahora el juez Artigas espera el dictamen de la Secretaría Social del tribunal, que debe aportarle informes sobre el comportamiento y las actividades del joven en estos últimos años. También deberá pronunciarse la fiscal Rita Schiappa Pietra, quien en principio tuvo una posición enérgica para que el muchacho fuera declarado autor material y responsable por la muerte de Miriam Ruiz Díaz. Finalmente le tocará a Artigas resolver si aplica una sentencia condenatoria.
Hace tres meses que el abogado defensor se notificó de que Walter Paré fue declarado responsable del homicidio. Pero hasta ahora el Rusito no se presentó ante el tribunal.