Como empecinado en querer hacer historia y convencido de poder hacerlo, Jockey Club Rosario se metió nuevamente en la final del Nacional de Clubes. Ayer dejó en el camino a Regatas de Bella Vista al vencerlo por 21 a 14 en un partido donde el campeón del Interior mostró dos facetas tan definidas como opuestas.
Si bien terminó dando una buena imagen, sometiendo a un rival que no tuvo respuestas ni físicas ni anímicas, el partido con Regatas dejó varios puntos interesantes para analizar.
El cotejo arrancó con un Jockey muy ofensivo, decidido a instalarse en la última línea adversaria. Amuchástegui y Sebastián Preumayr comenzaron a quebrar la línea de ventaja y el partido se convirtió en un verdadero vendaval verdiblanco, que tuvo su pico máximo por esos instantes en el try de Ignacio Salamanca, un verdadero premio a la convicción.
Presionando bien, con un muy buen trabajo de forwards ganando mucho terreno sobre todo cuando usaron el maul como arma, el panorama de Jockey era bastante tranquilo, quizás demasiado. De hecho Regatas no había podido incursionar en su campo sino hasta los 18' pero cuando lo hizo, dejó su huella.
Una jugada preparada terminó en try de los de Bella Vista y ahí el partido tuvo un quiebre, ya que Regatas se agrandó y Jockey no fue el mismo, se mostró apático, como desconcertado. El verdiblanco comenzó a tener problemas y mostró varios puntos oscuros. Los más llamativos fueron la gran cantidad de pelotas que perdió cuando hizo contacto con el rival y las tremendas falla en el tackle. En este último rubro, la jugada donde quedó más en evidencia fue la que terminó en el try de Acevedo, cuando el wing sorteó sin problemas los tackles de Fradua, Amuchástegui y D'Angelo y se metió en el ingoal rosarino.
Así, errores propios y un par de cositas bien hechas por su rival, le complicaron la tarde al Jockey. El parcial terminó favorable a la visita por 14 a 8 pero no estaba todo dicho.
Un verdadero monólogo
En el complemento Jockey volvió a ser el mismo equipo de otras tantas tardes de gloria. Tuvo control de pelota y fue al frente, decidido a dar vuelta esa imagen. Y lo hizo con decisión, a tal punto que terminó siendo un monólogo. Esa conducta se convirtió en una de las claves.
Sin embargo la diferencia que se marcaba dentro de la cancha apenas si se pudo traducir en el marcador. Si bien le faltó algo de definición, también hay que tener en cuenta que las condiciones externas, llámese un campo pesado, la pelota mojada y un viento cruzado muy hostil para los pateadores, jugaron su propio partido.
Jockey ganó y se metió nuevamente en una final, quizás no mostrando la exquisitez que ostentó por ejemplo el Jockey del 97, pero poniendo las dosis justas de trabajo, convicción e inteligencia las que, más allá de lo que ocurra dentro de seis días, lo colocaron en uno de los lugares más altos del rugby nacional. Pero, eterno inconformista, ahora Jockey va por más.