Peter Janssen
Yakarta.- Durante el año pasado, Indonesia, la nación musulmana más poblada del mundo, fue descrita como el "eslabón más débil" del sudeste asiático en la guerra contra el terrorismo liderada por EEUU. Las dos explosiones del sábado pasado en discotecas repletas de turistas occidentales en Bali, conocida como la "isla de los dioses", mostraron a los indonesios cuán débil era ese vínculo. Mientras que aún es temprano para culpar con certeza a algún grupo terrorista, no hay dudas de que el gobierno de la presidenta indonesia Megawati Sukarnoputri comparte alguna responsabilidad por no haber hecho lo suficiente para poner fin a las amenazas a la seguridad de su país antes de la tragedia de Bali. Megawati, hija del primer presidente indonesio, Sukarno, asumió en julio del año pasado luego de que su predecesor, Abdurrahman Wahid, fuera separado del cargo por incompetencia y corrupción. La mandataria lidera una coalición que comprende a su Partido Democrático Indonesio de Lucha (PDIP), Golkar -el partido dominante durante la presidencia autocrática de Suharto (1966/1998)- y a Unidos para el Desarrollo (PPP), del vicepresidente Haz. El PDIP y Golkar se autodenominan "nacionalistas", que en el léxico político indonesio significa que son secularistas dedicados a preservar la unidad nacional, mientras que el PPP es un partido "religioso", lo que equivale a pro-musulmán. Haz jugó este año a fondo la carta musulmana y, pese a que su partido es minoritario en la coalición, logró hacer que cualquier castigo a los grupos extremistas musulmanes sea un tabú político para el gobierno. En junio, Haz provocó titulares locales y asombro internacional cuando visitó en prisión a Jafar Umar, líder del grupo extremista Laskar Jihad (Guerreros Santos), acusado de varias atrocidades en la islas Molucas y Célebes. También se mostró cerca del clérigo musulmán Abu Bakar Baasyir, quien según fuentes de inteligencia de Singapur lidera la Jemaa Islamiyah (JI), un grupo que supuestamente planea crear un Estado panislámico en el sureste de Asia y que estaría vinculado con la red terrorista Al Qaeda, que es actualmente la principal sospechosa por los atentados en Bali. El clérigo, que dio recientemente una conferencia de prensa en la que acusó a EEUU de estar detrás de los atentados en la isla indonesia, fue interrogado varias veces por la policía este año, pero las autoridades dicen que no encontraron evidencia que lo vincule con Al Qaeda ni con actividades terroristas. "Baasyir ha predicado el odio contra intereses estadounidenses, contra países occidentales, y esto es punible bajo la ley indonesia, pero nunca fue penado, obviamente por motivos políticos, porque ha sido protegido", sostuvo un diplomático occidental. Megawati, famosa por sus silencios más que por su liderazgo, mostró un valor inusual cuando condenó los atentados y prometió llevar a los culpables a la Justicia. Significativamente, el gobierno permitió a policías australianos, británicos y estadounidenses participar en las investigaciones de las explosiones, pese a la admisión implícita en esa decisión de la posibilidad de que la policía local sea incapaz de cumplir la tarea. Mientras esas medidas son reconocidas como pasos en la dirección correcta para Megawati, el verdadero desafío político espera. Durante el año pasado, las autoridades indonesias se mostraron diligentes para entregar terroristas foráneos a gobiernos extranjeros, pero hicieron poco para arrestar a sus connacionales. Otro serio desafío pata Megawati será el de mostrar firmeza contra el terrorismo sin dar marcha atrás con los progresos que hizo su país en los últimos años en reformas democráticas y respeto de las libertades civiles. La mayor prueba para Megawati llega cuando ha perdido popularidad, según encuestas recientes, debido a su notoria falta de acción y con unas elecciones generales programadas para 2004. (DPA)
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