Año CXXXV
 Nº 49.628
Rosario,
domingo  13 de
octubre de 2002
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La entrada y la salida a la adicción, vistas por un coordinador del Promusida
Miguel Lotero: "Hoy la venta de droga es al menudeo"
Tras 10 años de labor con adictos, el especialista analiza los códigos y dificultades para el "desenganche"

Silvina Dezorzi / La Capital

"¿A quién le conviene que no te desenganches?", le pregunta Miguel Lotero a un grupo de consumidores de drogas. La respuesta es iluminadora: "Primero a los del palo, segundo a los que venden, después a la policía y por último al sistema". El diálogo, real, se dio en el servicio del Programa Municipal de Sida (Promusida) ubicado en el Centro de Salud San Martín (Chubut 7145), que atiende a una extensa población en zona oeste. "Por lo menos donde yo trabajo, no estamos hablando de un submundo estereotipado, marginal", dice Lotero, sino de gente que se "preocupa por otras cosas como cualquier hijo de vecino". Esa misma gente, sin embargo, se engrana en una densa red de venta y consumo de drogas de la que luego, si lo intenta, le cuesta mucho salir.
-Ante todo. ¿Cómo trabajan con los adictos desde el Promusida?
-Buscamos una antítesis de la adicción, la a-dicción, la falta de palabra. Proponemos un nuevo hablar, mover un poquito los hemisferios para retrabajar algunas dificultades que en algún momento los hicieron iniciarse. La idea es que puedan pensar que si es difícil salir del consumo de sustancias seguramente también fue difícil ingresar. Porque no es como se dice, que se ingresa fácil, no es una cuestión accidental.
-Dice lo contrario a mucha publicidad antidroga...
-Claro, porque seguramente hubo, o hay, una difícil situación familiar, una realidad social, una exclusión que no se toleró... y que puede ser hasta del club de fútbol. No digo estrictamente que la institución falló o que, por ejemplo, la escuela fue expulsiva. Pero fallaron las redes, cuestiones que se fueron quebrando y en algún momento dejaron en situación de desprotección, de desamparo, de desconexión con el vínculo familiar, institucional, de amigos. Hablamos de una vulnerabilidad bien representada. No digo que si ocurre eso indefectiblemente se pase a ser adicto, si no en algún momento lo seríamos todos, pero todo esto juega.
-¿El acceso a la droga se da a través de enclaves de dealers en los barrios o la venta se popularizó?
-Se extendió muchísimo. A mí no me sirve de nada hablar de Colombia. Acá en Rosario la venta es de subsistencia, y a veces del resto de lo que es para uso propio, de modo que esa venta al menudeo les permite bancar el consumo sin pasar a delinquir con robo. Pero también es para alimentar a los hijos, para comprar ropa. Es común ver que el que tiene su quiosquito un poco encubierto también manda los chicos a la escuela y se preocupa por otras cosas como cualquier hijo de vecino. Por lo menos en la periferia de Rosario, en la zona donde trabajo, no estamos hablando de un submundo estereotipado, marginal.
-Los estereotipos que más asocian al consumidor de droga con el delito usan dos figuras: que necesita plata para comprar más sustancia y que con droga se hacen cosas que si no no se harían. ¿Qué hay de prejuicio y de cierto en eso?
-La pregunta es difícil. Si hay una necesidad en relación al consumo de drogas, es decir, si no tengo y me hace falta, de alguna manera hay un elemento que estimula a conseguirla. Y si encima la droga puede resultar desinhibitoria para hacer algunas cosas, bueno... puede aparecer como justificación para algunos hechos delictivos. Pero desde ya es algo que yo veo con poca objetividad porque mi trabajo es básicamente recepcionar a aquel que dice "quiero parar o frenar un poco porque no quiero llegar a hacer cagadas". Y eso ya es una actitud algo distinta a la del que ingresa a la droga, ya implica una demanda en una búsqueda de reinserción.
-¿En general a esa búsqueda llegan solos?
-En un círculo siempre hay alguien que en algún momento dice "quiero parar". Y siempre hay otro que a lo mejor no se anima, pero comparte, y de algún modo llega a asociarse en esa intención de búsqueda, ya sea a través de la religión, de un servicio de salud, de comunidades terapéuticas, de una granja, de un hospital de día.
-¿Qué signos cree alentadores?
-Es muy interesante, porque de alguien que viene de la exclusión o de la autoexclusión, de golpe empezamos a escuchar que se quiere arreglar la boca, o que se preocupa porque no tiene un médico de cabecera. Y en este ejercicio, para poder llegar, uno usa todos los recursos existentes e inventados. De los cánones preestablecidos siempre tenés que correr una vueltita más. Un ejercicio es plantear un cierto orden, correrlos del "código" a normas de convivencia básicas, como escucharse.
-Si alguien se quiere correr de la adicción, ¿tiene drama con el que le vendía o con los amigos con que se drogaba?
-En general son relaciones conflictivas, se juegan cosas de poder. Hemos hecho la pregunta de "¿a quién le conviene que no te desenganches?". Y la respuesta fue: "Primero a los del palo, segundo al que vende, después a la policía y por último al sistema". Y está esto de buscar la masa, una identificación grupal. Vos decís "soy del palo" y ya está. Las relaciones de poder existen, están jugados, por eso también es difícil desarmar algunas de estas cuestiones dentro del grupo. Pero trabajamos con la intención y sobre todo con la dificultad. La idea es respetar la búsqueda de ellos, porque con el caballo ganador gana cualquiera.
-¿Y cómo se sigue viviendo en el mismo lugar y al lado de la misma gente?
-Es muy conflictivo, pero no mucho más que lo que sufre el tipo que toda su vida tuvo trabajo y hoy se quedó sin.


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