Mauricio Maronna / La Capital
El gobierno se parece a esos boxeadores que muerden la lona una y diez veces pero que al final la campana los salva del knock out. De la mano de Roberto Lavagna, uno de los pocos ministros de Economía rescatables que tuvo la posdictadura (sacando de escena los pases mágicos de Domingo Cavallo en los 90), Eduardo Duhalde podría readaptar la frase de Juan Domingo Perón para radiografiar su permanencia en el poder en tiempos preelectorales: "No es que nosotros seamos buenos, es que los que amenazan con venir parecen peores". El Ministerio de Economía viene capeando el temporal pese a los sopapos que periódicamente recibe de los grandes popes de la economía mundial e, incluso, de algunos Estados vecinos que no trepidan en calificar de "republiqueta" a un país que se bambolea entre respiros y ahogos. Habrá que decir en favor de Duhalde que asumió en un país en estado preanárquico y con olor a pólvora. Con millones de indigentes, nuevos pobres y lo poco que quedaba de clase media en caída libre. Los estallidos amenazaban con convertir al país en tierra arrasada y algunos referentes piqueteros, como Amancay Ardura, de la CCC, instaban a tomar por la fuerza el Palacio de Gobierno, el Congreso y el Poder Judicial. El estoicismo de Lavagna frente a los exabruptos de los organismos internacionales (que en parte se parecen a un lavado de culpas por las responsabilidades que les cupieron durante la fiesta que, tras diez años, se convirtió en borrachera) evita que la Argentina quede sepultada. Ciertos desvaríos de Duhalde no generaron su caída porque, al fin y al cabo, el PJ (aun diezmado y en coma profundo) es el único partido capaz de contener la protesta social. El Plan Jefes y Jefas de Hogar logró que el tiempo se estirara a la manera de un chicle, como los 150 Lecop mensuales que recibe cada desocupado. "A los que pusieron dólares, se les devolverán dólares"; "el 9 de julio de 2002 estaremos festejando el fin de la recesión"; "los jueces de la Corte nos están chantajeando". Duhalde dixit. El presidente no entendió que lo que la Argentina necesitaba era una transición ordenada, un Adolfo Suárez vernáculo y no un caudillo dispuesto a reformar la Constitución, cambiar las reglas de juego económicas (devaluación) y coquetear con quedarse a vivir en Balcarce 50. El juego de extorsiones cruzadas entre la Corte Suprema y la Casa Rosada terminó ofreciéndole un pasaje a la impunidad a algunos magistrados que, en un país normal, no sortearían siquiera las acusaciones de algún que otro tribunal de ética de un Colegio de Abogados. Ahora bien: ¿alguien cree que (pese al corte y la quebrada oficial) estos jueces se dedicarán ahora a mantener el corralón, fallar en contra de miles de ahorristas y convertirse nuevamente en el blanco de los huevazos de las huestes convocadas por Nito Artaza? Ayer Nazareno dio la primera respuesta: que a este fárrago lo arreglen los diputados, dijo. ¿Cuántos argentinos creen hoy que Adolfo Rodríguez Saá, Elisa Carrió o Carlos Menem (la tríada que está al tope en las encuestas) aseguran un mejor futuro que el grave presente? Que cada lector con pensamiento propio se detenga unos minutos en esta pregunta y medite una respuesta. * Menem tiene como única idea fuerza el disciplinamiento a los dictados de EEUU. El riojano parece haber perdido esa magia que hacía que (César Menotti dixit) "cualquiera que estuviera quince minutos a solas con Menem salía siendo menemista". * Rodríguez Saá muta entre la demagogia y la convocatoria a una melange de personajes que no pueden garantizar otra cosa que no sea incertidumbre. * José Manuel de la Sota, quien quería ocupar el espacio "moderado" que dejó vacante Carlos Reutemann, pendula entre el sentido común y la insensatez: viola con spots soporíferos la prohibición de hacer campaña electoral y destituye en su provincia al fiscal designado para luchar contra la corrupción. * Néstor Kirchner quiere filtrarse en la grilla de los candidatos del 15 por ciento pero no puede evitar la sobreactuación, sabiendo que Crónica TV televisa todos sus actos y selecciona algunos testimonios que se parecen más a una propaganda de jabón que a militantes comprometidos. * La oposición no logra articular nada que se parezca a una alternativa seria: Elisa Carrió y Luis Zamora siguen bailando su minué de encuentros-desencuentros. * En la UCR sólo piensan en hacer de la interna un nuevo juego de las lágrimas. * La derecha ofrece el rostro pétreo de Ricardo López Murphy prometiendo ajustes fiscales (que pueden ser necesarios, pero no menos imprescindibles que un proyecto que mejore el nivel de vida de los millones de marginados). Párrafo aparte para el artículo de James Neilson, uno de los analistas más lúcidos: "Demás está decir que no augura nada bueno el panorama preelectoral, dominado como está por individuos pintorescos (...), todos vinculados con fragmentos de partidos que han sido irremediablemente desmoralizados por tantas traiciones. En comparación con ellos, Reutemann sobresale como un auténtico gigante". Pese a que el Lole esté furioso con las oleadas recurrentes del "operativo clamor", la novela de su candidatura será más larga que las memorias en tres capítulos de Gabriel García Márquez. En medio de tanto griterío de campaña, hay silencios que siguen valiendo oro. Tal vez (como creen los últimos mohicanos ultrarreutemistas), se produzca el milagro de que los nubarrones despejen el camino y se despeje el horizonte. Si algo conoce al dedillo el hierático satánico doctor no es correr con gomas lisas cuando faltan pocas vueltas para la bandera a cuadros.
| |