| | Editorial El sentido de los Nobel
| Cuando Alfred Nobel, el inventor de la dinamita, impulsado por el remordimiento de haber creado un elemento que pese a su innegable utilidad también contribuyó a la destrucción humana, decidió destinar su inmensa fortuna a la creación de un premio que recompensara la creatividad aplicada a mejorar la vida nunca sospechó la importancia que con el tiempo adquiriría el galardón que lleva su nombre. La tradición indica que, además de acreditar una obra que justifique tan alta distinción, aquellos que reciben un premio Nobel deben ser poseedores de una ética personal y no haber respaldado regímenes políticos autoritarios. Se trata, en gran medida, de una ley no escrita, de cuya atenta lectura acaso se desprenda la razón -única comprensible, aunque harto discutible- de la flagrante omisión que constituyó el no haber concedido a Jorge Luis Borges el premio Nobel de literatura. Cierta ambigüedad política en torno de la dictadura que asoló al país entre 1976 y 1983 le costó demasiado caro al gran escritor argentino. Pero más allá de notorias injusticias o irreparables olvidos, esa impronta de los premios ha solido conferirles en muchas ocasiones el valor de un mensaje con destinatario preciso. En el caso de los concedidos este año, se destaca con nitidez el de James Carter. El ex presidente demócrata norteamericano se hizo acreedor al Nobel de la paz. Pero aquello que sin dudas asombró al mundo son algunos de los fundamentos que el comité noruego encargado de la elección divulgó públicamente. "En una situación actual, marcada por amenazas de uso de poder, Carter defiende el principio de que los conflictos deben, en la medida de lo posible, resolverse con mediación y una cooperación internacional, basada en el derecho internacional, el respeto de los derechos humanos y el desarrollo económico", subraya la declaración. Aunque la frase que sorprendió, por lo explícita, salió directamente de labios del presidente del comité Nobel: "La distinción puede y debe ser también interpretada como una crítica a la política de la administración que gobierna actualmente Estados Unidos respecto a Irak". El delicado equilibrio que supone enfrentar la amenaza terrorista sin provocar víctimas inocentes ni crear destrucción gratuita es el que debe enfrentar y resolver con éxito el gobierno de George W. Bush. El enorme poder material del que dispone la primera potencia del mundo, que ejerce una hegemonía única en la historia de la especie humana, debería estar a la altura de sus responsabilidades en el plano moral. He allí, prístino, irrefutable, el sentido de la advertencia emitida desde Noruega.
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