En enero pasado tuvimos la posibilidad de concretar un sueño anhelado y acuñado desde hace muchos años: conocer el glaciar Perito Moreno, declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Muy temprano iniciamos en bus la clásica excursión al parque nacional Los Glaciares desde El Calafate, localidad en la que estábamos alojados y que dista 84 kilómetros del glaciar. El día soleado era un aditamento más que se nos ofrecía para gozar el gran regalo de la naturaleza: avistar el gigante de hielo. Esos kilómetros fueron acompañados por las excelentes y minuciosas explicaciones de quien oficiaba de guía, que nos brindó datos interesantes y nos preparó para un verdadero deleite. Lo singular del grupo que conformábamos era que ninguno conocía el lugar, así que la ansiedad era compartida. Hasta que llegó la curva de los suspiros y se presentó ante nuestros ojos la primera vista, lejana pero impactante, del majestuoso Perito Moreno. La guía supo predisponernos para la "comunicación" con el glaciar y su entorno, sugiriéndonos diversos modos de contactarnos con el paisaje. Lo primero que se siente al descender en el predio de las pasarelas es la urgencia por leer la información de los recorridos. Con los datos básicos comienza la aventura del avistaje. En cada sitio es sublime dejarse invadir por el silencio, para esperar justamente que el glaciar se "comunique", pero de qué modo: con estampidas como disparos de pistola, tiroteos fantasmas dentro de las grietas, fragores de truenos lejanos que denotan rupturas internas y estruendosos bramidos provocados por los desprendimientos de las paredes frontales del glaciar. Después de la caída los grandes trozos de hielo se hunden en las profundidades. Luego, las aguas del lago comienzan a bullir en una gigantesca efervescencia hasta que al fin las crestas albicelestes comienzan a aflorar en la superficie para comenzar un viaje de varios kilómetros por las aguas del lago Argentino. La peculiaridad del Perito Moreno es que sus vistas siempre están enmarcadas por una vegetación exuberante y propia del bosque andino patagónico, con especies como coihues, lengas, ñires, notros y calafates. Visitar el glaciar es tener la oportunidad de dar rienda suelta a todos los sentidos y poner en práctica las más completas exploraciones sensoriales. En definitiva, es una notable posibilidad para mimetizarse con sus celestes y blancos y sentir el pecho henchido de orgullosa argentinidad. Liliana Morre de Masía (Acebal) E-mail: [email protected]
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