"Yo soy el menor de tres hermanos. Tengo una hermana que vive en Estados Unidos y la otra con mis viejos, en San Nicolás", comenta Seba cuando se presta al juego de contar su vida. No la que lleva desde el 17 de septiembre de 1999, sino la que vivía antes de esa fecha que él reconoce que le "cambió la vida". Recuerda que sólo terminó el primer año de la escuela secundaria y que largó porque no le gustaba. Entonces, "con un grupo de amigos empezamos a poner música en los cumpleaños de 15, en los casamientos que se hacían en varios salones de San Nicolás. Eso me gustaba mucho, teníamos minitas, pero después se cayó..." También comenta que la relación con su padre "nunca fue buena, nunca nos entendímos" y que siempre estuvo "apegado a la vieja", Marcelina. Aunque reconoce que después de estos tres años que lleva en prisión se dio cuenta "de quién es quién" y se le nubla un poco la vista cuando cuenta su arrepentimiento: "Me di cuenta de que me equivoqué, y entonces se dio un acercamiento con mi viejo. Realmente mi familia es de fierro, ahora están al lado mío, ahora tengo con ellos mejor relación que antes del robo. Antes no me importaba nada, estaba todo el día lejos de ellos, en la calle, y ahora me preocupa no poder hablarles por teléfono todos los días". Hasta que fue detenido en aquella fatídica madrugada de Villa Ramallo, Seba dice haber tenido solamente "un par de antecedentes menores, de esos mocos que se manda uno cuando es pibe". Pero aclara que "ya prescribieron" y cuenta en que hasta el día del golpe trabajaba en Esco "una empresa de esas que venden círculos cerrados para comprar cosas. Ese laburo me gustaba mucho, hacía relaciones públicas, trabajaba como promotor y viajabamos en una Trafic a Pergamino, a Junín, a otros lugares. Ibamos con las chicas y eso estaba bueno", confía con una amplia sonrisa que deja ver su costado de adolescencia tardía. Sin embargo todo cambió. Seba repite una y mil veces que nunca pensó "terminar así" y se ilusiona con el futuro. "Mientras estuve en la cárcel de San Nicolás trabajé en la carpintería, estaba a cargo de la oficina. Si hice un curso de computación ahí adentro y me dieron un diploma y todo" comenta. "El primer año fue durísimo, tenía toda la policía en mi contra" cuenta sobre su estancia en la cárcel, "pero con el paso del tiempo me fui dando cuenta de muchas cosas, empecé a hacer buena conducta y hasta que vine a Rosario para el juicio me trataban muy bien. Yo allá estoy de parabienes y espero seguir así ahora que vuelvo". Quizás cuando esta nota se publique Martínez ya estará nuevamente en aquel presidio, el que se levanta en la ciudad donde nació y vive su familia. "Por lo menos voy a estar cerca de ellos", dice y agrega que seguramente "cuando salga tendré unos 30 años y voy a tener que empezar de nuevo...vamos a ver qué pasa".
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