Pablo R. Procopio / La Capital
"Nos estamos robando a nosotros mismos". El director de Control Urbano de la Municipalidad, Ubaldo Modarelli, está preocupado. Y no es para menos. Desde hace algo más de tres meses Rosario viene siendo literalmente depredada en su mobiliario urbano ubicado en los espacios verdes o en la vía pública. Aunque también los predios abandonados se convirtieron en blancos predilectos. Los inspectores de la repartición municipal suelen encontrarse con las situaciones más insólitas e inverosímiles. Desde estatuas a las que les cortan sus cabezas de bronce, hasta el robo de un galpón entero y el retiro de los adoquines de la calzada. La lista es interminable. A modo de ejemplo, desapareció el busto de Luis Braille, creador del sistema de lectura para ciegos, que estaba ubicado en Suipacha y Presidente Perón. Claro, en su honor todavía queda la plazoleta en la que estaba ubicado (ver aparte). La Municipalidad no tiene posibilidades de evitar los desmanes, salvo a través de estrictos controles policiales que, hoy en día, también son difíciles de plasmar. Los espacios públicos son los más perjudicados. Casi no pueden salvarse de los depredadores permanentemente atentos a quitar cualquier cosa que pueda serles de utilidad; siempre listos a la hora de buscar la venta en el mercado negro. "Esto se viene notando desde hace tres o cuatro meses", sostuvo Modarelli. En rigor de verdad, los robos han ocurrido siempre, pero no en grado tan alto como el actual. Lámparas, faroles, cables de las empresas de servicio, placas, monumentos, estatuas y columnas enteras de alumbrado público vienen bien para concretar los ilícitos. En otras épocas, los picos de las fuentes o ciertos elementos de los tableros de los semáforos solían dañarse o retirarse pero, quizás, no pasaba más de eso. Entre los destrozos de todo tipo y en cualquier lugar figura, por ejemplo, el sensor de viento ubicado en el parque España, parte de una rampa de agua que se encendía contra el río. Y ni hablar de los bancos situados en parques y plazas, y de los cientos de cestos que se esfumaron últimamente. Los empleados de Control Urbano se dedican habitualmente a recorrer los espacios verdes y durante esos vistazos han encontrado tachos "ya preparados para sacar en la noche o la madrugada. En general, están desmontados, escondidos bajo los árboles o arbustos para que alguien pase y los retire", advirtieron. Estos desmanes superan la actividad propia de los inspectores quienes, en verdad, realizan los controles sobre el mobiliario como una actividad informal. Control Urbano cuenta con unos 45 inspectores que se desempeñan en la vía pública, pero cuya función exclusiva es realizar tareas callejeras en torno a temas como el cirujeo, detectar caballos sueltos, remises truchos, problemas en la zona de las confiterías bailables, aparte de recuperar espacios y controlar los asentamientos irregulares. Para Modarelli, "lo que se está viviendo no pasa por aumentar la cantidad de efectivos policiales. Podrían trabajar el doble, pero, en realidad, se necesita el compromiso de la ciudadanía para denunciar, observar y defender el espacio público". Los inspectores de las diferentes áreas no dan abasto, "además no es su metier resguardar las instalaciones, sino hacer mantenimiento", consideró antes de aclarar que "ocuparse de controlar si se roban los elementos de las calles, sería cambiar la filosofía del trabajo. Si de golpe hay que dedicarse a proteger los bienes municipales, ¿cómo se hace con el resto?. Aparte, no se puede actuar sin el poder físico de la policía". Estas situaciones no sólo se repiten en las calles, también ocurren en instituciones como las escuelas o los dispensarios. "Se trata de una cuestión generalizada, no de una incapacidad", remarcó Modarelli. "Nos estamos robando a nosotros mismos", puntualizó el funcionario al recordar que es el Estado el que resguarda los espacios comunes, pero la propiedad es de la ciudadanía.
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