Año CXXXV
 Nº 49.605
Rosario,
miércoles  18 de
septiembre de 2002
Min 7º
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Análisis: La lección de Santiago

Mauricio Maronna / La Capital

La fría lectura del resultado electoral en Santiago del Estero les puede hacer creer a muchos que nada pasó en la Argentina desde el 24 de octubre de 2001, cuando el voto a Clemente fue la única pero peligrosa novedad.
La ceguera dirigencial hizo que a puro cacerolazo (casi 60 días después de los comicios legislativos) la sociedad derribara a dos presidentes constitucionales. Semejante fenómeno hacía presagiar el principio del fin de un sistema basado en componendas, corruptela y falta de renovación dirigencial. Sin embargo, ¿cuántas veces se advirtió que el "que se vayan todos" pasaría a ser sólo un pegadizo hit de estación si los que se proponían como alternativa no anudaban proyectos diferenciadores, creíbles y sustentables a la hora de pelear por el poder?
En Santiago volvió a ganar por paliza el viejo caudillo que con casi 90 años teje y desteje a su antojo; el mismo que en 1993 fue arrojado al cadalso en medio de una explosión social que incendió la Casa de Gobierno y desvalijó su propio domicilio.
Carlos Juárez, padrino político del gobernador reelecto, Carlos Díaz, se dio dos lujos el domingo: les mojó la oreja a quienes creían que la nueva política se construye en base a declamaciones, y persisten en la vocación suicida de la dispersión. "Acá ganó el «que se queden todos»", chicaneó el patriarca.
El triunfo juarista es la demostración de que para que nazca algo nuevo tendrá que haber opciones novedosas más allá de lo discursivo. En Santiago un legislador gana 4.00 pesos frente a los 200 pesos promedio de los agentes provinciales; el 60% de sus habitantes son pobres y casi el 30% sobrevive en la indigencia. El trabajo público es un subsidio de desempleo encubierto para casi uno de cada tres habitantes. Estaban dadas las condiciones objetivas para empezar a cambiar la historia. Peor nada de eso sucedió.
¿Qué hay de nuevo?, podría preguntarse más de uno observando el clima de dispersión opositor: hubo candidatos de la UCR, del ARI, del Frente Grande, de los socialistas, de la Izquierda. Todos justificarán la diáspora en la existencia de la ley de lemas.
Pero, más allá, del cachetazo que el PJ le propinó a la oposición, otra vez el voto bronca sopapeó a la política, aunque el vencedor tome distancia y diga: "¿Y a mí qué me importa?". Como un símil de lo ocurrido nacionalmente hace casi un año, casi el 40% de los santiagueños prefirió el abstencionismo, el voto en blanco, nulo o impugnado a la hora de manifestar su repudio, ya no exclusivamente al juarismo sino a toda la clase política. Puede significar el prólogo de una historia que se reescriba el 30 de marzo, cuando se tenga que definir el destino urgente de un país en ruinas. Si las opciones son el realismo mágico y la promesa fácil (por un lado) y la apelación al misticismo (por el otro) la política habrá subestimado la lección de Santiago. El próximo presidente encarnará, apenas, la porción de la torta menos pequeña.
En ese caso, el voto negativo no solamente se devorará al futuro mandatario sino también a los que apuestan a la "abstención revolucionaria" como clisé para tapar el desvarío.
A menos de que entre tanta hojarasca brote lo que la buena parte de la sociedad reclama: renovación dirigencial, recambio de liderazgos y transparencia. Nada más ni nada menos.


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