Rocío Almonacid era como una nieta para Sebastián Cussi, un vecino de la familia que tiene 94 años y vive casa mediante a la que ocurrió la tragedia. "Es una desgracia fea. Una pena muy grande", musitaba el hombre con los ojos húmedos de dolor, parado inmóvil en la vereda mientras la mortera cargaba el cuerpito de la nena. Don Sebastián sostenía con impotencia que a los chicos nunca les faltó comida. "Plata puede ser, pero comida no. Además, nos tenía a nosotros", repetía el hombre, que un día antes del crimen recibió un frasco de dulce de regalo de manos de la mamá de la nena. Sebastián tenía el recuerdo de Rocío sentada en su falda. En medio del revuelo que se originó en el vecindario se fue despacio a llorar dentro de su casa.
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