La popular actriz y cantante argentina Lolita Torres, de 72 años, falleció ayer a las 9.20 en el Hospital Español porteño, donde se hallaba internada víctima del agravamiento de una complicación pulmonar ocasionada por la fiebre reumática que venía padeciendo desde hace varios años. Un paro cardiorrespiratorio terminó con la vida de la artista.
El jefe de terapia intensiva del hospital, Claudio Nosti, dijo que la cantante había sido internada hace tres semanas, y desde hacía 15 días permanecía asistida por un respirador artificial.
Torres, cuyo verdadero nombre era Beatriz Mariana Torres, fue desde comienzos de la década del 50 una figura descollante del cine, la TV, la radio y los escenarios argentinos e internacionales, por los que paseó su gracia como vocalista -sobre todo del repertorio español- y como actriz.
La artista, nacida el 26 de m arzo de 1930, llegó tempranamente al mundo del espectáculo explotando al máximo un don natural que hizo que aprendiera a cantar antes que a hablar.
En ese extraño y maravilloso tránsito, la niña debutó el 7 de mayo de 1942 en el teatro Avenida como parte del elenco del espectáculo "Maravillas de España".
Esa ligazón con el universo estético español acompañó a la intérprete a lo largo de casi toda su carrera artística, tanto dentro de la canción como en el cine y en el teatro.
Gracias a su impronta personal, Torres marcó el apogeo de la comedia musical en el cine argentino y reflejó un modelo de juventud que marcó una época.
Su debut teatral fue junto a Juan Carlos Mareco en el Grand Splendid con la obra "Ladroncito de mi alma", a la que le siguieron otros éxitos como "Zazá" (1946) y "Según pasan los años" (1968).
Dentro del cine argentino, Torres participó en 17 filmes, desde su debut, en 1944, en la comedia "La danza de la fortuna", a la que siguieron "El mucamo de la niña" (1951), "Ritmo, sal y pimienta" (1951), "La niña de fuego" (1952), "La mejor del colegio" (1953), "La edad del amor" (1954) y "Más pobre que una laucha" (1955).
Cultivando un estilo vehemente y cándido a la vez, la actriz, que tenía un contrato no explícito que la excusaba de besar en sus películas, también tomó parte en "Un novio para Laura" (1955), "Amor a primera vista" (1956), "Novia para dos" (1956) y "La hermosa mentira" (1958).
La relación de Lolita Torres con el cine fue decreciendo paulatinamente, y mientras en los 60 filmó cuatro largometrajes -"La maestra enamorada" (1961), "Cuarenta años de novios" (1963), "Ritmo nuevo, vieja ola" (1964) y "Pimienta" (1966), se despidió de la pantalla grande 70 al animar "Joven, viuda y estanciera" (1970).
Su última película fue "Allá en el Norte", de 1972, filmada en la provincia de Jujuy, acompañada por Carlos Estrada, con dirección de Julio Saraceni, guión de Abel Santa Cruz y argumento de Luis Saslavsky.
Entre los actores con quienes Lolita compartió cartel figuran Jorge Barreiro, Osvaldo Miranda, Santiago Bal, Mercedes Carreras, Jorge Luz, Alfredo Barbieri, Mercedes Carreras, Eduardo Bergara Leumann, Ricardo Passano, Gogó Andreu, José Cibrian y Angel Magaña.
Una vida de película
En medio de su ascendente devenir artístico, la estrella se hizo mujer, esposa, madre y abuela.
Formó pareja con el joyero Julio César Caccia y tuvo cinco hijos: Santiago, Angélica, Marcelo, Mariana y el más notorio de todos, el baladista y actor Diego Torres.
"Allá por los años 70 empecé a sentir la necesidad de cambiar, de no encerrarme únicamente en el género español al que, sin embargo, amo entrañablemente", señaló Lolita en una pasada entrevista.
En esa misma charla, Torres agregó que "por aquel tiempo también empecé a incursionar en el tango, una música a la que siento con corazón gardeliano".
Por esa época, la voz de la artista dejó de aparecer regularmente en las bateas, ya que apenas editó un par de placas ("Recital", en 1977, y "Hoy", en 1988), pero sorprendió a los desatentos con una fulgurante participación en el tema "Filosofía barata y zapatos de goma", del homónimo álbum que Charly García editó en 1990, donde desgranó imponentes cantos de carácter épico para vestir la bella canción del rockero.
También por entonces -fines de 1990- su encendida alma ibérica volvió a los primeros planos cuando hizo un alto en su flamante repertorio de tango, folclore y canción (rubro para el que tomó canciones de autores como Eladia Blázquez y el cubano Silvio Rodríguez) para retomar aquella raíz.
Una noche de brillo en el Luna
Una noche de mayo del 92, Lolita se dio el gusto de celebrar, ante un estadio Luna Park colmado, sus 50 años con la música al encabezar un concierto en el que también tomaron parte invitados de la talla de Mercedes Sosa, Charly García, León Gieco, Antonio Tarragó Ros, Víctor Heredia, Ariel Ramírez, Jaime Torres, Patricia Sosa, Oscar Cardozo Ocampo, Antonio Agri y Luis Landriscina.
En esa grande e inolvidable velada, la dama exhibió una vez más la gracia y el imponente caudal vocal puesto al servicio de una afinación exquisita, pero desde entonces su salud comenzó a jugarle reiteradas malas pasadas.
En televisión se la recuerda por programas como "La hermana San Sulpicio", "Señorita medianoche", "Como dos gotas de agua", "Mariana", "Gorrión" y "Sangre y arena". Recibió el Martín Fierro en 1965.
Salvo un breve y conflictivo paso con la telenovela familiar-musical "Dale Loly" (que compartió con cuatro de sus hijos y se emitió durante un mes y medio de 1993 por Canal 9, antes de ser levantada abruptamente), Lolita Torres comenzó a perder protagonismo en pantalla y en escena por culpa de diversos dolencias.
A un problema cardíaco en 1993, le sucedió el descubrimiento de un cuadro de fiebre reumatoidea que luego derivó en la delicada artrosis generalizada que la llevó a padecer fuertes dolores y la obligó a varias internaciones en diversos sanatorios porteños.
Pese a estos sucesivos episodios, Lolita logró mantenerse intacta en el recuerdo de sus seguidores, como lo demostró, por ejemplo, la declaración de Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires que recibió el 20 de agosto pasado.
Puesta a definirse, Lolita Torres había dicho, y dio en la tecla, que "soy una artista totalmente intuitiva, y si puedo decir que soy una cantante-actriz nata, es porque me vuelco intensamente en lo que hago. Salgo al escenario y siento que me transformo. Luego, al finalizar la actuación, retorno a lo cotidiano pero sé que la escena es como una isla donde el intérprete está solo y debe poner todo de sí". (Télam)