Año CXXXV
 Nº 49.602
Rosario,
domingo  15 de
septiembre de 2002
Min 8º
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Misiones: Safari entre mariposas
El emprendimiento ecoturístico, único en el país, respeta la armonía natural del monte

Corina Canale

El camión arranca por la ruta nacional 101 y se aleja de la ciudad misionera de Puerto Iguazú. El camino de tierra colorada se abre como una herida roja en la espesura verde del monte; el silencio es cada vez más profundo y la selva se estrecha tanto que el sol es apenas un destello en lo más alto del dosel vegetal.
No es el trópico; es el subtrópico del confín sudamericano, una tierra de claroscuros donde el sol sale y se esconde, y cuando se esconde la luz se va y el cielo, que no se ve, se ennegrece. El camión, un Mercedes 1114 de rezago militar, se bambolea, parece trepar y ronronea como un enorme búfalo cansado. Hasta que aminora la marcha y se detiene en bahía Blanquita, una bahía pequeña y agreste donde aguarda la lancha. Allí comienza la aventura fluvial por el Iguazú, el río innavegable y fronterizo. Hay que ser un experto como Mario para esquivar las piedras y los bajos y llegar al puerto del Yacutinga.
Del otro lado del río se perfila la muralla verde del Parque Iguazú de Brasil y la extraña forma de la Isla del Sol, donde alguna vez se intentó la cría del cebú. Pero el emprendimiento no prosperó y el cuidador, según Mario "un gran bebedor de grapa", ya sin nada que cuidar, se fue para siempre.
El viajero ya está cerca de la reserva de fauna silvestre, una península que se adentra en las aguas del Iguazú y que tiene costas pobladas de enredaderas y mariposas de colores. En esos desmontes costeros es donde los árboles y las plantas pioneras salen a "tapar" los huecos. Allí están el fumo bravo, el ambay y el sangre de dragón, que en dos años pueden crecer cinco metros.
En este lugar del monte misionero está el primer emprendimiento ecoturístico del país, creado bajo esta filosofía: "no alterar la natural armonía del bosque". Yacutinga es el nombre de un bello pájaro en peligro de extinción por la caza desmedida.
Charly y Micky Sandoval, los anfitriones, reciben a los visitantes y los equipan, a préstamo, con una linterna para los merodeos nocturnos y botas de goma altas para transitar las picadas abiertas en el monte. El nació en Cuba y ella en Alemania, pero en realidad son dos trotamundos incansables y políglotas.
La pareja lleva a los visitantes a recorrer la casa grande, donde las paredes están pintadas de colores y parecen de adobe. Y donde hay un techo de tela oscura que cae en pliegues ligeros, y que el viento infla y desinfla. "La casa grande respira", advierte Charly, creador de un sistema propio de ventilación.
En la planta baja de la casa grande se encuentra el salón de estar, con sillones comodísimos, bibliotecas llenas de libros y revistas, y mesas bajas de cedro claro. La escalera va hacia el comedor, donde cuelgan dos cuadros de Molina Campos, y hacia una terraza a cielo abierto con velas y bananeros.
Desde allí se ve el puente colgante que se adentra en la espesura y que se hamaca mientras roza las orquídeas silvestres y las enredaderas. Algunos miradores con bancos rústicos cortan el estrecho sendero del puente. Lugares donde es preciso detenerse para escuchar el rítmico toc-toc del pájaro carpintero y los chillidos de los monos carayá.
Muy cerca del puente está la piscina y un montón de enormes piedras coloradas. Un lugar para el ocio y la meditación y para mirar el palmital, esas palmeras esbeltas que tal vez ya estén definitivamente perdidas por la irracional poda de los hombres.
Desde allí salen los safaris que penetran en un mundo vegetal donde la lucha es por la luz y por el sol, donde el timbó y el palo rosa crecen tanto que parecen lejanos y solitarios. Sólo a veces los alcanza el vuelo sereno del jote negro, y si hay suerte, mucha suerte, el de un jote real, más grande y más blanco.
También abajo, en la maraña intrincada de las bambuceas, están las extrañas cañas que florecen sólo una vez en la vida. En este sitio la lucha por un espacio en la humedad de la fronda es despiadada. Un caso típico de supervivencia vegetal lo constituye el guapoy, el árbol endemoniado que los nativos llaman la higuera estranguladora. Las aves son las que llevan sus semillas a los huecos oscuros de otros árboles, donde la moracea desarrolla raíces libres. Hasta que planta una junto al árbol que le sirve de apoyo, y después otra y otra más.
Así lo asfixia y se lo traga. Recién entonces el higuerón crece como cualquier árbol de copa frondosa, olvidando la cruenta pelea por ese lugar en la selva. Extrañamente, en las gruesas raíces del higuerón suelen posarse los tucanes. Los grandes y bullangueros, y los rojos y amarillos, más chicos y gregarios.
No es fácil dejar la selva y volver a la vida cotidiana. No es fácil olvidar el silencio y el asedio de las mariposas de colores. Alguna vez, al abandonar este monte sudamericano, el naturalista Holmberg dijo: "Volvería a Misiones sólo para ver sus árboles".



El avistaje de fauna silvestre es una de las atracciones.
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