| | Editorial Consumidores en acción
| Una de las características que acaso conspire en mayor medida contra la homogeneidad social en la Argentina se relaciona con el elevado grado de individualismo que padecen sus habitantes. Esa característica se convierte en un considerable contrapeso cuando se torna necesaria la cohesión para hacer frente a situaciones injustas. En los últimos tiempos, como consecuencia del caos disparado inicialmente por la devaluación del peso, se vivió un proceso inflacionario de características paradójicas. La gente asistía -tan atónita como indefensa- a un fuerte aumento de precios en productos básicos que afectaba de modo cruel su ya bajo nivel de vida. El fundamento de dichos incrementos en insumos tan cruciales como harinas, aceites y carnes se relacionaba con el alza del dólar, que convertía en excelente negocio la exportación y disminuía, en contrapartida, los márgenes de ganancia en el reducido mercado interno. La frialdad de ese razonamiento, sumada a la más absoluta inacción por parte del Estado, desembocó en un verdadero huracán de aumentos que sólo dejó desolación a su paso. Hoy día no pocas familias se ven obligadas a practicar una economía de estricta subsistencia pese a que la inflación parece haber sido -en principio- controlada. Sin embargo, esa burbuja de calma se vio alterada poco tiempo atrás por el insólito aumento que experimentó el pollo: a mediados del mes pasado saltó de $2,60 a $4 el kilo. En países del llamado Primer Mundo se han producido casos similares de bruscas subas de precios y la respuesta inmediata de los consumidores, crucial eslabón final de la cadena, fue dejar de incluir el encarecido producto en sus bolsos de compras. Sin necesidad de organización ni consultas previas, como un modo espontáneo de repulsa, semejante actitud se transformaba en la herramienta más eficaz para enfrentar el problema. En un reciente reportaje, el notable historiador argentino Tulio Halperín Donghi, que reside en EEUU, relataba que tanto su propio comportamiento como el de su esposa fue exactamente el contrario en una situación semejante: ambos salieron a adquirir al por mayor el producto que había aumentado, con el fin de abastecerse. Una reacción similar pudo observarse poco tiempo atrás en la Argentina en relación, nada menos, que con el dólar. Si la palabra "boomerang" adquiere un significado preciso, es justamente para describir tales actitudes. El poder de los consumidores radica en que tomen conciencia de su importancia y no crean que pueden sacar réditos individuales en medio del desastre colectivo. Ese aprendizaje, justamente, es el que los argentinos deberán terminar si es que pretenden convertirse en un país adulto.
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