Año CXXXV
 Nº 49.589
Rosario,
lunes  02 de
septiembre de 2002
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Las heridas no cierran
A un año de los atentados: El interminable duelo de los familiares
Los terapeutas estiman que en Nueva York hay 120.000 víctimas de estrés postraumático o depresión

Giles Hewitt

Nueva York. - Cuando Helen perdió a su esposo en los atentados del pasado 11 de septiembre contra el World Trade Center en Nueva York sus familiares, amigos y vecinos se le acercaron, la llamaban regularmente, la invitaban a cenar. Sin embargo, Helen ya ha tenido suficiente.
"Queridos amigos, muchas gracias por sus atenciones y apoyo, pero lo mejor que pueden hacer por mí ahora es dejarme sola", reza una nota pegada al portón de entrada de su casa en un suburbio de Nueva York.
"Sé que puede sonar un poco frío y distante, pero llegó a un punto en que necesitaba reclamar mi privacidad", dijo Helen, quien prefirió no dar su nombre completo.
Al igual que los miles de afectados directamente por la tragedia -sobrevivientes, víctimas, familiares, empleados de emergencias- otras decenas de miles de personas vieron a las Torres Gemelas de Nueva York desplomarse ante sus ojos.
Otros millones vieron los ataques por televisión o conocieron a alguien a quien le tocó de cerca la tragedia.
Un desastre de tal magnitud ha tenido dos profundas consecuencias: creó un amplio número de víctimas del trauma y ha mantenido una atención constante sobre el tema y sus efectos, especialmente en los medios.
El psiquiatra Tom Demaria, que dirige una clínica para familiares de víctimas, dijo que hay muchas personas como Helen, a quienes se les ha hecho difícil sanar sus heridas.

Dolor y alerta, mala combinación
"Vivir con dolor mientras uno se mantiene en este estado de alerta, abierto, es muy difícil, porque no lo puedes apartar. Uno no se puede enfocar en otras cosas", dijo Demaria. "Como resultado, esa etapa inicial de dolor, que es la más dolorosa, se ha prolongado, se ha retrasado".
"Me reuní recientemente con un grupo de viudas y pregunté: "¿Cuántas aquí sienten que no han comenzado a sentir el dolor todavía?" La mayoría alzó las manos", agregó.
Tan omnipresente se ha hecho el tema del 11 de septiembre que la única manera de evitar un recordatorio diario sobre el asunto sería encerrándose en una habitación, aislándose de la gente y cortando el acceso a cualquier medio de comunicación.
"Hay mucha preocupación bien intencionada allá afuera, pero puede complicar las cosas", comentó el terapeuta grupal Bobbi Comforto. "Para aquellos que sienten dolor es como una herida que se frota todos los días en vez de dejarla sanar a su tiempo", agregó.
La escala del trauma hace que la coordinación de una respuesta única y concentrada al daño psicológico sea imposible. Se han recaudado fondos especiales, se han ordenado estudios y se han establecido servicios de asistencia psicológica, pero un año después de los atentados aún quedan muchas preguntas sobre dónde, cómo y a quién ayudar.

Neoyorquinos traumados
Un estudio realizado por la Academia de Medicina de Nueva York entre el pasado mes de marzo y abril halló que el 2% de los neoyorquinos (unas 120.000 personas) sufre de desorden de estrés postraumático o depresión clínica. Sin embargo, el 35% mostró al menos un síntoma de ambas condiciones.
"Todavía queda mucho trabajo que hacer", advirtió Sandro Galea, un epidemiólogo médico de la academia.
Otros estudios sugieren que se necesitan 200 millones de dólares para tratar los daños mentales a largo plazo.
Chris Collins, un agente de bienes raíces de 37 años de edad, estaba en Long Island cuando ocurrieron los ataques y los vio por televisión. Aunque no conocía a ninguna víctima, el evento lo impactó profundamente.
"No dormí bien por meses", dijo Collins, "tenía pesadillas recurrentes y me levantaba a mitad de la noche en pánico. No fue nada específico, sino un agotador sentimiento de ansiedad que aún no me puedo quitar".
Según Galea, casos como el de Collins son comunes, pero muchos de quienes sufren esos síntomas a menudo se resisten a buscar ayuda porque sienten que otros casos son más apremiantes.
"Quienes fueron directamente afectados han tenido ayuda. Todos los demás deben tomar un teléfono y pedir ayuda, y eso no siempre es algo fácil", explicó Galea.
La magnitud del trauma aún eriza los nervios de los neoyorquinos, sumamente sensibles a cualquier evento de peligro. Un fuego en una planta de electricidad el pasado mes de junio, que emitió enormes humaredas en el bajo Manhattan y provocó apagones, causó pánico entre los residentes que de inmediato recordaron su similitud con los atentados. (AFP)



Un bombero de Nueva York en uno de los homenajes.
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