Faltaba una hora para que empezara el clásico y en la esquina de la calle Cochabamba la mayor actividad estaba a cargo de los revendedores. "Populares, 2 por 40 pesos", ofrecía de sopetón un tipo canoso mientras ponía los dos cartoncitos magnéticos bajo las narices del potencial cliente. Muy cerca, sin sacar las manos de los bolsillos de su pantalón, un arbolito peinado a dos aguas y ojos caídos también ofrecía una entrada por 20 pesos, el precio total. Pero más allá de la tensión que acompañó a la previa del gran choque rosarino, la descripción de esta situación sirvió para que esta vez algunos hinchas mostraran su perfil de comerciantes y relegar, al menos por un día, su traje de violentos. Bastaba avanzar por la avenida Pellegrini hacia Cochabamba para certificar que la zona estaba azotada por los antecedentes. Las cortinas metálicas bajas de los comercios daban una señal del termónetro del miedo. Los patrulleros pasaban seguido con más lentitud que un taxi sin pasajeros. En las vallas había cacheos y las autoridades cumplían a la perfección con su trabajo. Bastaba también observar un par de maxiquioscos abiertos, pero sus dueños atendían a través de rejas. En esa zona el azul y amarillo se hacía cada vez más escaso, hasta que a media cuadra de la calle Pasaje del Museo, plena franja leprosa de acceso a la cancha, cuatro adolescentes con camisetas de Central cantaban sin complejos. No hubo respuestas. Se notó que el mensaje estaba entendido.
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