Walter Palena / La Capital
Adolfo Rodríguez Saá vende euforias en medio de una sinuosa campaña electoral donde la mayoría de los candidatos anuncia pálidas, sacrificios y cataclismos. "Basta de realidades, queremos promesas", parece ser la consigna que recogió del desánimo general. Y el Adolfo se las otorga. "Voy a refundar la Argentina". "Voy a eliminar la corrupción estructural". "Los piqueteros y desocupados tendrán sus puestos de trabajo". Para semejante empresa, dice, se va a apoyar en miles de dirigentes jóvenes con ideas y fuerzas para sostener un proyecto nacional y popular. Uno de esos jóvenes debe ser el de impecable traje azul que está sentado en el bar del hotel, donde el puntano se alojó en Rosario. Cuando suena su celular se aleja, acaso para darle aire de importancia a la conversación. "El Adolfo ya los atiende. Lo llamaron de una radio; luego suben ustedes", se excusa ante La Capital cuando regresa, y cuenta lo que le acaban de informar: Duhalde había sugerido en Salta que las internas no se realizarían y que cada candidato competiría directamente en las generales. "No sabe más qué hacer para intentar cagarnos", dice sin dramatizar, cuando un llamado de su celular lo retira de la escena. Ya en la suite presidencial, Rodríguez Saá se incorpora de un sillón y extiende los brazos como un Cristo Redentor. Mientras posa para las fotos no deja de hacer chistes, pero empalaga con su esfuerzo por caer simpático. Asegura que ya se ganó el voto de todos los empleados del hotel. Confiesa estar un poco ansioso por el lanzamiento de su campaña en el Luna Park, que se haría un día después. "Va a ser un acto es-pec-ta-cu-lar", se entusiasma. Dice que le da importancia a todos los actos, pero desembarcar en Buenos Aires con toda la pompa tiene un gusto especial. El está persuadido de que su paso por la Presidencia quedó trunco por un complot de los porteños, que "discriminan y no entienden lo que pasa en el interior". "¿Qué piensa un porteño de un chaqueño? Les molestan los cabecitas negras. ¿Cómo tratan a los bolivianos, eh? Les dicen bolitas. Uno de los principales problemas que tiene el país es la discriminación que ejerce Buenos Aires con los provincianos", afirma. Como contraste de esa cultura pone a Canadá. "Uno recorre Quebec o Montreal y ve el respeto por las razas, por las religiones. ¡Es un verdadero canto a la vida!", exclama moviendo ampulosamente las manos, rozando peligrosamente un pocillo de café que tintinea sobre una mesa ratona. El Adolfo toma un diario y se detiene en una encuesta de Analogías que lo da al tope de las preferencias. "Le estoy ganando a todo el pacto de Olivos", se ufana con esa sonrisa que ya es marca registrada. Salvo Luis Zamora, a quien no le otorga importancia por ser "otro invento porteño", Rodríguez Saá ubica a todos sus contrincantes en el eje del mal que representa para él el pacto de Olivos. "Carrió fue una intérprete de lujo de ese acuerdo en la Constituyente del 94. Reutemann es una buena persona, pero es el hijo dilecto del pacto de Olivos", enfatiza, y continúa colocando en ese espacio a todos los postulantes que se les nombra. La conversación luego deriva en las comparaciones con Menem. "Tal vez la única coincidencia es que el establishment porteño tampoco comprenderá mi triunfo", dice, y rememora un comentario que le escuchó decir a un analista sobre el perfil de los candidatos. "¿Carrió? Estilo Bélgica. ¿Reutemann? Estilo Suiza. A lo que agregaría: ¿Rodríguez Saá? Estilo argentino", finaliza. Eso sí, antes de despedirse interroga: "¿Me vas a votar?".
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