"El NO lo tenemos. El SI lo salimos a buscar". Esa es la consigna que se plantearon en 1996 los empleados de la Carrocera DIC, que se convirtió en uno de los paradigmas de empresas reconvertidas en cooperativa de trabajo. El desafío no es menor. A medida que la malaria va ganando terreno y caen las industrias, los trabajadores agudizan el ingenio para encontrar la salida. Y la solidaridad parece ser la clave. Pero no todas son rosas. Carmen de Mata es presidenta de DIC y vicepresidenta de la Federación Nacional de Cooperativas de Trabajadores de Empresas Reconvertidas. El 96 fue un año clave para ella y para Alicia de Leal, ahora secretaria de DIC. Se conocieron en la carpa que instaló el personal cuando luchaba por la antigüedad y la recategorización. La crisis y la mala administración llevaron a la firma a la quiebra. Ocho meses resistieron en la carpa junto con sus esposos y sus compañeros. La participación de ellas generó un crack en cada familia. Hoy son orgullo de sus maridos, hijos y nietos. En 15 días, todos juntos gestaron la idea de formar una cooperativa y pusieron manos a la obra. El empuje de Alicia y Carmen no es fácil de comparar y mucho menos de contener. "Salimos a recuperar la dignidad con nuestros esposos", apuntan las chicas, como las llaman en la planta de Génova y Travesía. Ellas saben en carne propia lo que duele la desocupación. "El telegrama de despido es la sentencia de muerte de un trabajador", afirma Carmen, quien describe lo que siente un hombre que pierde su puesto. "El desocupado se convierte en un discapacitado de la sociedad", agrega la mujer, madre de dos hijos, abuela de cuatro nietos y esposa de un empleado de DIC desde hace 37 años. Alicia comenta que la cooperativa recibió muchas propuestas de colaboración, pero en realidad aún no hay nada en concreto. Ni siquiera cuentan con un mínimo descuento en los gravámenes. La idea de la Federación es transformar cada fábrica cerrada en una cooperativa para multiplicar los puestos de empleo y terminar con la desocupación. Pero eso conlleva muchas dificultades, sobre todo a la hora de conseguir la colaboración de los gobernantes y jueces. "Los políticos tienen que bajar los vidrios polarizados de sus autos para enterarse qué está pasando afuera, no tienen idea de lo que sufre la gente", dice Alicia (38 años, dos hijos). "Cuando surgen los problemas, los empresarios se van del país. En cambio, los capitales de las cooperativas se quedan, porque los trabajadores siguen en la Argentina", rematan ambas.
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