Santa Fe.- En la soleada mañana de sábado la gente camina por las desiguales calles del barrio La Ranita con una sensación de libertad que desde hace mucho tiempo no experimentaba, pero también -contradictoriamente- con el miedo de que en cualquier momento retornen las peligrosísimas bandas de delincuentes que días atrás, en acción espontánea y muy arriesgada, lograron expulsar mientras destruían las viviendas que les servían de aguantaderos.
Desde el pasado miércoles a la tarde nada parece ser igual es este barrio ubicado en el extremo noroeste de la ciudad, donde si bien la pobreza y el desempleo causan estragos sus vecinos han recuperado algo que creían definitivamente perdido: el sentido de la dignidad.
La Ranita no existía 15 años atrás. De a poco primero, con mayor ímpetu después, familias llegadas del norte provincial y del sur chaqueño fueron afincándose en un terreno bajo, de depresiones y agua estancada. De ahí el nombre que ostenta. Ahora lo habitan unas 2.500 personas que en general viven del cirujeo, la construcción o las changas que logran hacer en el cercano Mercado de Abasto.
Dos calles que se encuentran cortadas, los altos yuyales y los zanjones a cielo abierto, por ser obstáculos insalvables para el desplazamiento de vehículos, se transformaron en los principales motivos por los cuales las bandas de los llamados tiratiros (versión local de los pibes chorros del Gran Buenos Aires) empezaron a usurpar viviendas que transformaron en aguantaderos en los que o bien buscaban refugio o bien guardaban los productos de sus incesantes robos.
Los vecinos calculan que hay entre tres o cuatro bandas medianamente organizadas, con armas de grueso calibre en su poder, integradas cada una por una veintena de jóvenes, muchos menores de edad, y que incluyen mujeres. Son bandas que han venido aterrorizando el extremo noroeste de la ciudad que forma parte de la llamada "zona roja", donde cualquier litigio se resuelve con un saldo de muertos y heridos, generalmente de gente muy joven.
Los propios habitantes de La Ranita admiten que entre esos jóvenes circula mucho la marihuana, el pegamento "y las pastillas", además del alcohol. Se trata de personas que en general han roto los lazos familiares, carecen de cualquier tipo de estudio o capacitación, andan siempre armados y que habían vuelto al lugar un infierno cotidiano.
Vivir con miedo
Los delincuentes, cuentan los vecinos, además de producir asaltos violentos en otros puntos de la ciudad, robaban "de todo" en el barrio, ya se tratara de los centavos destinados al colectivo como la mochila del chico que concurriera a clase, los enseres domésticos o las zapatillas, las bicicletas utilizadas para el trabajo o la magra remuneración del día obtenida con mucho esfuerzo y en sitios muy distantes de la ciudad. Pero lo peor eran las balas.
Balas para definir primacías en el territorio considerado como propio, balas para apoderarse de armas, drogas o mujeres, balas para matar por un ajuste de cuentas, balas para asaltar a un repartidor o a un remisero. Balas para lo que fuera, a toda hora y en cualquier circunstancia. El infierno cotidiano que nadie quiere que vuelva a repetirse.
"Desde el 98 por lo menos, lo que vivimos es con miedo, por nosotros y por los chicos", comentan. Muchos no quieren decir sus nombres, otros no contestan al interrogante periodístico, y todos parecen estar esperando el regreso de los maleantes. Algunos admiten "estar calzados" o "andar con algún fierro" para responderles, en caso de ser atacados.
Los delincuentes, con "mensajeros", desde hace días están comunicando a los vecinos que se proponen volver en cualquier momento y han comenzado a enviar también amenazas de muerte: "Decile a fulano que va a ser boleta".
Por lo que se murmura en las calles de tierra de La Ranita, las bandas se estarían reagrupando en algunos otros aguantaderos "de reserva" que tienen en otros barrios (que nadie quiere decir cuáles son, aunque al parecer los conocen) para tratar de volver a un territorio que desde hace mucho tiempo consideran como propio.
Se trata del que abarcan La Ranita, Loyola Norte y Sur, Yapeyú, Marcos Bobbio, Monseñor Zazpe, San Agustín, donde viven en casitas de material, muchas de ellas levantadas con el esfuerzo propio, unos 30 mil habitantes en su enorme mayoría desempleados que debían soportar los enfrentamientos de las bandas armadas a cualquier hora del día y de la noche "mientras la policía hacía la vista gorda", como siguen sosteniendo.
Hasta esa jornada del jueves pasado lo prudente era encerrarse muy temprano "en las casas", como dice una de las vecinas que se limita a agregar enigmáticamente que "conoce cosas" y que cuando los tiratiros comenzaban a resolver sus diferencias sencillamente no se podían quedar en la vereda "porque cualquiera la podía ligar".
Como ocurrió con Raúl Torales.
"Era un muchacho humilde"
A Ramona Colman le cuesta hablar sin llorar la pérdida del penúltimo de sus seis hijos, Raúl, a quien desconocidos -o no tanto- ultimaron de varios disparos siete días atrás, después que su casa en la que el joven vivía con Miriam y los tres hijos de la pareja fuera literalmente saqueada por los delincuentes del barrio. Lo grave fue que Raúl salió a buscarlos para que le devolvieran sus escasos bienes y de ese modo encontró la muerte.
"El se iba a Rincón, a Santo Tomé iba y venía en bicicleta, a buscar trabajo", cuenta su madre cuando recobra la voz. En la noche del sábado 17 Raúl, de 25 años, había ido a un baile y cuando regresó a su pequeña casa de material, levantada detrás de la vivienda de Ramona, se encontró con el hecho de que no le habían dejado prácticamente nada. Y salió para enfrentarlos, para reclamar por lo suyo.
"Cuando mi hijo le dijo por qué me robaste, devolveme lo que es mío, porque a mí me costó, me costó y no sé cuantas cosas, el malandra le pegó a mi hijo, le rompió toda la boca. El le dijo al malandra esto no va a quedar así, a los diez minutos él pegó tres gritos y mi hijo ya no estaba más" solloza Ramona.
El hermano de Ramona, Anselmo, cuenta que su sobrino "era un muchacho trabajador, humilde. Trabajaba de albañil o iba a hacer changas al Mercado, yo soy albañil, yo le enseñaba, siempre trabajaba a la par de nosotros porque somos todos albañiles en la familia. Ahora, como somos todos desocupados, iba a hacer changas en el Mercado y si no se traía verduras, que es lo que comíamos. Era un pibe muy educado, un pibe muy respetado porque el que sabe respetar lo tienen que respetar porque acá pasó al límite ¿por qué pasó? Porque esta gente no tiene prácticamente educación, no tienen código, no tienen nada", agrega desolado.
La muerte injusta de Raúl fue la que llevó a que primero los más audaces, después todo el barrio, procediera a la destrucción de los aguantaderos.
Reunión con el juez
Raúl Muchiutti es el presidente de la vecinal de Loyola Norte, el barrio separado de La Ranita por una calle y unos doscientos metros de yuyales. Junto a Humberto Durán, secretario general de la vecinal "Ceferino Namuncurá" de barrio Yapeyú estuvieron en el despacho del juez Julio César Costa, quien los citó para hablar sobre los gravísimos problemas existentes en la zona. El juez pidió que la policía reforzara la custodia de la zona y así ocurrió en los últimos días, pero la pregunta es qué pasará cuando esa custodia disminuya.
Muchiutti, Durán, los Colman, y otros vecinos, reiteradamente denunciaron la presunta connivencia de personal de la comisaría 7ª con la delincuencia. La decisión de remover la cúpula de esa dependencia tomada el viernes pasado por el titular de la Unidad Regional I, comisario Osvaldo Miranda, y trasladar de inmediato al 50% de ese personal a otras dependencias mientras abre un sumario administrativo, ha tranquilizado a los habitantes de La Ranita y los barrios aledaños, que también están convulsionados por los hechos.
Pero Muchiutti es terminante al decir que "esto tiene que ir a fondo, porque de lo contrario los delincuentes regresarán y todo, lamentablemente, va a ser igual que antes. O muchísimo peor".