Año CXXXV
 Nº 49.575
Rosario,
lunes  19 de
agosto de 2002
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Reflexiones
La guerra y la tregua

Carmen Coiro

Las sospechas sobre la motorización de una campaña electoral "sucia", que habían lanzado varios precandidatos, parece ir verificándose día a día mediante la crónica policial, enhebrada de trágicos y aberrantes crímenes que por ahora enlutan principalmente a la provincia de Buenos Aires. Lo dijeron Elisa Carrió, quien sufre escraches organizados por grupos menemistas; Néstor Kirchner, quien acusó a la Side de estar persiguiéndolo y de poner en riesgo su seguridad; lo aseguró Rodríguez Saá, quien alertó sobre un presunto "magnicidio" y lo dijo Carlos Reutemann, para explicar por qué se bajaba de la precandidatura.
Carlos Menem, uno de los pocos candidatos en carrera, se rió de esas acusaciones. Pero después también denunció que están preparando desde la Side una campaña para deslucir su imagen que, según él, esta vez apuntará a hacer creer que sufre una enfermedad terminal. Pero Kirchner, al menos, pudo presentar pruebas a la Justicia. Los demás o no lo hicieron, o no pudieron hacerlo, y Reutemann, que mantenía el enigma sobre lo que dijo que había visto cuando decidió bajarse del podio, ahora lo reveló: "Vi esta campaña sucia", dijo refiriéndose a la ola de crímenes que enlutan al territorio bonaerense.
Si no fuera porque la crisis terminal que sigue atravesando la Argentina es tan grave, los dichos de los precandidatos servirían de por sí por encender un alerta roja nacional y obligarían al Gobierno a tener una participación mucho más activa y enérgica que la que ahora dice tener para frenar estas acciones de guerra.
La mafia está metida en la política, admitieron públicamente los que hoy se perfilan como líderes de un sector del peronismo progresista de la provincia de Buenos Aires dispuesto a disputarle al duhaldismo su hegemonía: Felipe Solá y Juan Pablo Cafiero.
No dijeron nada nuevo, nada que desconociera el general de los ciudadanos, o de los vecinos que padecen a diario aprietes, pedidos de coimas de la policía, injusticias de punteros o de funcionarios locales. Pero lo nuevo fue que lo hayan dicho, con todas las letras y sin tapujos, y que lo hayan discutido con el mismo presidente Eduardo Duhalde en la Casa de Gobierno.
Solá viene siendo testigo impotente de casos de una enorme gravedad institucional, por ahora inscriptos en superficie en el marco estrictamente policial. Como lo fue el caso Cabezas, el caso Ramallo o tantos otros, en los que las sospechas de la vinculación entre la desprestigiada fuerza de seguridad y la interna del justicialismo fueron creciendo como hongos, ahora los casos Santillán y Kosteki primero, y Diego Peralta después, parecen tener el mismo destino.
Y el segundo de Cafiero, Marcelo Sain, lo dijo con todas las letras: esta ola de inseguridad tiene que ver con la interna política del justicialismo bonaerense, que no los quiere ni a Solá ni a sus hombres.
El gobernador bonaerense prefirió mantener la sensatez, la cabeza fría, y delinear mejor su perfil de estadista que no se inmiscuye en las miserias de la política de baja calaña. Pero está pagando un precio altísimo por no arrodillarse frente al poder que todavía se enseñorea en la provincia y que parece estar dispuesto a todo para doblegarlo.
Hoy esa jurisdicción vive una suerte de guerra sorda. Una guerra que cobra tantas víctimas como un conflicto bélico convencional y duradero, como el de Medio Oriente, aunque la comparación parezca exagerada. Los números cantan y en muchos casos son sorprendentemente equivalentes.
Sin embargo, es dable esperar que después de tantas denuncias públicas, la guerra -que si se saliera de madre hace temer un conflicto social mayor y de alcances impredecibles- podría estar entrando en un período de tregua. Si así fuera, y si a partir de esta semana se verificara un notable numero decreciente de delitos violentos en la provincia, podría entenderse que quienes los planifican prefieren replegarse momentáneamente para no quedar tan en evidencia.
Pero precisamente, aunque tremendamente dolorosa, esa parece ser la marca positiva de la crisis: el poner en blanco sobre negro algunas verdades largamente conocidas por la gente, se obliga a que se establezca una línea divisoria de aguas y que los grupos enfrentados se definan más claramente ante la opinión pública. Al ser más claramente identificables, podrán ser más fácilmente marginados, castigados o expulsados.
En la revulsión enorme que sacude a los argentinos, algo bueno debe esperarse: como cuando la basura que se estuvo pudriendo o enmoheciendo debajo de la alfombra durante años, finalmente es removida: su reaparición a la luz provocará náuseas, enfermedades, enromes molestias, pero es el paso indispensable para que vaya a parar luego al lugar destinado a los desperdicio, para su compactación y destrucción final.


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