Año CXXXV
 Nº 49.574
Rosario,
domingo  18 de
agosto de 2002
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Debilidades y fortalezas en el punto de partida
Pese al éxodo de científicos y el quiebre del Estado, existe en el país una importante reserva de capital humano

Un Estado que sobrevive con respirador artificial difícilmente pueda convertirse de la noche a la mañana en articulador de políticas capaces de apuntalar el desarrollo de la biotecnología en la Argentina. Sin embargo, ese Estado destartalado cobija un gran reservóreo de capital humano con capacidad de apuntalar un despegue, con miles de investigadores capacitados y potencialidades para contribuir a dar un salto.
En el país existen más de medio centenar de laboratorios e instituciones como el Inta, el Conicet y las universidades, que alojan a unos 3.500 investigadores, en muchos casos desaprovechados. Un caso doloroso que recuerdan los rosarinos es el de María Lucrecia Alvarez, una bioquímica de la Universidad de Rosario y el Conicet que el año pasado se fue de la ciudad tras haber desarrollado por primera vez en la Argentina una variedad de trigo transgénico para optimizar el pan, brindándole más elasticidad a la masa.
Aunque más abstractas, las cifras macros son aún más duras, si se tiene en cuenta que hoy están trabajando fuera del país unos 50 mil científicos, luego de que se invirtieran unos 2.500 millones de pesos para su preparación. Sin embargo, y más allá de este drenaje, lo cierto es que los principales proyectos de investigación que están en desarrollo, como el que alumbró a la vaquita Pampita, son fruto de un trabajo compartido entre el sector público y privado y tienen como coprotagonistas a profesionales de instituciones como el Conicet, el Inta y las universidades.
La inversión argentina en ciencia y tecnología es exigua, un 0,4 por ciento del producto bruto interno, muy por debajo del 3 por ciento que invierte Corea, hoy convertida en una gran potencia mundial en generación de patentes. El secretario de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación, el santafesino Julio Luna, anunció el apoyo estatal para unos 30 proyectos de investigación aplicada que apuntan a formar incubadoras de empresas.
Después de la hecatombe de diciembre de 2001 otras iniciativas importantes que estaban en marcha ingresaron en un cono de sombra.
Una de ellas consistía en generar en distintos puntos del país media docena de polos de desarrollo biotecnológico. Como posibles destinos se barajaron Córdoba y Tucumán y no Rosario, a pesar de ser un epicentro de la producción agropecuaria.
Ya en territorio santafesino y a instancias del secretario de Comercio Exterior, Mario Joris, el gobernador Reutemann ordenó que se estudiara la creación de una fundación con respaldo de la provincia, con el objetivo de seleccionar un grupo de jóvenes emprendedores que manejen el nuevo lenguaje digital, tanto en el campo de la informática como en el de la biotecnología, para respaldarlos en su proyección. La lógica de la iniciativa toma un planteo del biólogo mexicano Juan Enríquez, "entre treinta jóvenes brillantes podrán cristalizarse dos o tres proyectos exitosos y uno de ellos estará predestinado para convertirse en un multimillonario y su actividad seguramente tendrá un alto impacto sobre la economía". Como la mayoría de las cosas en la Argentina, esta propuesta permanece por estos días en estado de latencia.
Gabriel González


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