Flora Lacave debe ser una mujer fuerte. No hay otra manera de explicar cómo hizo para revivir, entre sollozos pero con asombrosa dignidad, las 20 horas más terribles de sus 57 años de vida. Fue un testimonio tan desgarrador como imprescindible, no sólo porque fue la única rehén que vivió de principio a fin la pesadilla del copamiento al Banco Nación de Villa Ramallo sino porque es la principal testigo del absurdo desenlace.
Ese fue, posiblemente, el aporte más importante que hizo para la trabajosa reconstrucción de un episodio que aún esconde demasiados secretos. Ayer, frente al Tribunal Oral que lleva el juicio del caso, la viuda del gerente asesinado por la policía dijo que los delincuentes bajaron los vidrios del auto en el que intentaban escapar para que se viera que a bordo iban los rehenes. Esto descarta la justificación oficial de la balacera que puso fin al episodio: la idea de que los sujetos abrieron las ventanillas para cubrir su retirada a tiros.
Además, Lacave aseguró que no puede precisar si desde adentro del VW Polo se produjo algún disparo, otro de los argumentos de la policía para justificar su solución.
También confirmó que el handy que usaban los asaltantes, y que desapareció misteriosamente después del tiroteo, estaba en un bolso que los delincuentes cargaron en el baúl del vehículo. Y aportó un dato escalofriante: "Cuando me bajaron del auto alguien gritó: «Reventálo a ese hijo de (y dejó la frase inconclusa)»". Si no ocurrió, explicó, fue porque otra voz avisó que era ella y no uno de los delincuentes.
Lacave habló como si estuviera viendo una película. Dio detalles muy precisos sobre algunos momentos de la pesadilla y recordó borrosamente otros. "Tengo lagunas y recién ahora estoy hilvanando todo", dijo casi al final de su testimonio. Causaba una extraña sensación escucharla pedir disculpas cuando los recuerdos quebraban su voz y la obligaban a interrumpir una y otra vez su relato. A tres metros un hombre se escondía detrás de su abogado y la escuchaba sin levantar jamás la vista. Era Carlos Martínez, el único de los tres asaltantes que todavía puede explicar parte de aquel infierno.
Lacave comenzó por relatar cómo Javier Hernández, Martín Saldaña y Carlos Martínez entraron al banco, cuáles fueron sus exigencias, cómo los trataron ("Varias veces me pusieron una pistola en la cabeza"), cómo se conducían entre ellos ("Miguel me dijo que no había un jefe, que eran todos iguales") y la manera en que se precipitó la salida.
A los delincuentes los mencionó por sus apodos: Miguel (Hernández), Cristian (Saldaña) y el Negro (Martínez), con el que más trató. Pero al que más temía era a Cristian, el más nervioso de todos.
Lacave contaba un diálogo entre su esposo y Hernández (ver aparte) cuando ya no pudo seguir hablando, quebrada por la emoción. Hubo un breve receso para que la asistieran y después optó por responder preguntas antes que continuar con su monólogo, algo así como el guión de una película que narraba como si ocurriera en ese preciso instante, en tiempo presente y con la mirada vacilante.
Los planes para escapar
Habló sobre el handy ("Casi siempre lo tenía Cristian"), contó qué hicieron con él cuando el negociador del grupo Halcón Pablo Bressi invitó a los delincuentes a continuar el diálogo por teléfono ("Lo guardaron en un bolso negro que después metieron en el baúl del Polo") y recordó un episodio que ocurrió la tardecita: "Preguntaron cuánta nafta había en el auto y si tenía una alarma que lo detuviera automáticamente después de recorrer cierta distancia". Ella está convencida de que en ese momento Saldaña ya planeaba escapar.
Lacave dijo que los propios delincuentes aseguraron que contaban con apoyo externo. "Afuera tenemos un auto y una moto para escaparnos", le dijeron.
Casi con un hilo de voz, y con un crucifijo que apretaba con fuerza, dio detalles sobre los momentos finales de aquellas horas de terror. Su esposo iba al volante del Polo. A su derecha estaban Martínez y ella sentada sobre las rodillas del asaltante. Atrás iban Hernández, el contador del banco, Carlos Santillán, y Saldaña.
"Fui la última en subir al auto. Apenas salimos Cristian me dijo que abriera el vidrio para que los policías vieran que nosotros íbamos en el coche", recordó. Era una forma de evitar que dispararan contra el auto para impedir que escaparan. La estrategia, se sabe, no dio resultados.
Ni los jueces ni las partes querían ya seguir preguntando cuando Lacave contó, como pudo, los últimos instantes de aquel aterrador viaje a bordo del Polo. "Cuando comenzaron las explosiones, mi esposo y yo empezamos a gritar que no tiraran", dijo. Ella tenía terror por el collar de explosivos que Chaves llevaba puesto desde que lo capturaron, casi 20 horas antes. "Me tiré sobre él para cubrirlo y en ese momento le pegaron. Ví cuando cerró sus ojos y aflojó las manos". Vio, en realidad, el momento de su muerte.
El llanto ya no la dejó seguir hablando y la jueza Laura Cosidoy, que presidía la audiencia, bajó el telón del acto más dramático de un juicio que apenas comienza.