| | Editorial La crisis de la región
| Seis meses después del estallido de la economía argentina, el conocido internacionalmente "efecto Tango" llegó a Uruguay y también a Brasil. Y, de no mediar una urgente solución para toda la región, podría expandirse a otros países. Argentina comenzó su declinación económica hace cuatro años, cuando arrancó sin solución de continuidad una recesión de la economía sin precedentes en su historia. A esto se le sumó el rotundo fracaso de la Alianza en el gobierno, que en lugar de generar las condiciones para que el país vuelva a retomar la senda del crecimiento económico profundizó la crisis. Lo que vino después es conocido por todos. Cuando ahora algunas señales, aunque mínimas, parecerían indicar que la curva del descenso al menos se ha aquietado, Uruguay se ve obligado a disponer un feriado bancario para evitar una fuga masiva de divisas, se registraron saqueos en supermercados y la situación social brota como un fantasma que estaba contenido. Brasil, una de las primeras economías industriales del mundo occidental, ve día a día cómo su moneda -el real- pierde valor y se acerca al peso argentino en relación al dólar. La pobreza en el gigante sudamericano es aún mayor que en Uruguay, por lo que si se producen estallidos sociales éstos podrían tener imprevisibles consecuencias. Ahora que toda la región está complicada parece que Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional han advertido la gravedad de la situación en esta región del hemisferio. El FMI anunció, en el caso uruguayo y brasileño, al menos, que está dispuesto a remitir fondos suficientes como para calmar los ánimos. Y sobre Argentina, de la que ya parecía inalcanzable un acuerdo con el organismo internacional, el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Paul O'Neill, afirmó que está ahora "ansioso" por acordar un programa de asistencia. La crisis de los tres socios del Mercosur servirá para que tal vez el mundo industrializado haga ahora su autocrítica en cuanto a las recetas que ha venido sosteniendo. Y también para que los dirigentes de los países en crisis hagan su propia catarsis y admitan que no son ajenos sino protagonistas fundamentales del problema.
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