herbert Winkler
Washington. - ¿Puede la crisis de confianza que azota a Wall Street extenderse a los pasillos de la Casa Blanca y defenestrar la credibilidad del presidente George W. Bush? ¿Se repetirá la historia de su padre, que fracasó en su intento de ser reelecto a causa de los problemas económicos? "De tal palo, tal astilla", tituló la revista Newsweek, cercana a los demócratas, en su tapa. Pero a tres meses y medio de las elecciones legislativas, estas preguntas no ocupan sólo la atención del opositor Partido Demócrata. La Casa Blanca está suficientemente alarmada como para evitar las comparaciones. Desde que su adversario en las elecciones de 2000, Al Gore, lo tildara de "hijo de papá", Bush hijo hace todo lo posible por presentarse como un hombre autosuficiente. Sin embargo, algunas circunstancias se asemejan llamativamente a las que propiciaron la derrota de Bush padre ante el demócrata Bill Clinton en 1992. Al igual que su padre, el actual presidente ha aumentado su popularidad con el comienzo de una ofensiva militar. Inmediatamente después de los atentados del 11 de septiembre, el 90% de los estadounidenses aseguraba apoyar su gestión, la misma cifra que consiguió su padre tras la victoria en la Guerra del Golfo. Pero los paralelos acaban aquí: mientras Bush padre reunía apenas el 29% de apoyo a mediados de 1992, su hijo aún cuenta con un respaldo del 67%. A Bush padre se lo acusó de actuar como un miembro de la clase alta en medio de una severa crisis económica, y dejar a los sectores más indefensos librados a su suerte. Además, y esta fue su sentencia final, incumplió su promesa de no aumentar los impuestos. Con las revelaciones de su oscuro pasado como empresario, Bush junior también corre ahora serio peligro de alejarse del ciudadano común. Al contrario de lo que ocurre con la ofensiva antiterrorista, los estadounidenses no perciben una política económica clara en el actual mandatario. A mediados de julio, sólo el 52% apoyaba las medidas económicas de la administración Bush, y en los últimos sondeos la cifra se reduce al 40%. Los críticos de Bush admiten que la política tiene una influencia limitada en la coyuntura económica, y atribuyen principalmente a dos cuestiones internas las malas notas del presidente en este apartado. Primero, tanto Bush como su vice Richard Cheney parecen haber estado demasiado cerca del ahora defenestrado sector empresarial que hizo posibles las quiebras de Enron o WorldCom. En segundo lugar, Bush parece carecer de algo fundamental en la política estadounidense: un efectivo equipo de asesores. Ni el secretario del Tesoro, Paul O'Neill, ni su consejero económico Lawrence Lindsey, se han demostrado capaces de tomar el timón ante el derrumbe de la confianza de los inversores. Mientras tanto, el Partido Demócrata festeja lo que cree es un regalo del cielo para asegurarse en los comicios del 5 de noviembre el control de ambas cámaras del Congreso. Los estrategas republicanos esperan por su parte que los datos económicos mejoren sensiblemente antes de las elecciones. Y aunque la recuperación tardara un poco más, confían en que su "presidente en guerra" recupere el terreno antes de las presidenciales de 2004. (DPA)
| |