No eran más de las 17.30 del 13 de diciembre de 1954 cuando el buque argentino Salta apareció en escena. La Estación Fluvial lucía como nunca: la gente desbordaba las instalaciones agitando pañuelos y la banda policial se aprestaba a interpretar los himnos Nacional, Italiano y la Marcha Peronista. Todo el mundo estaba allí. Los viajeros se apiñaron contra las barandas tratando de descubrir alguna cara familiar entre el gentío que los esperaba. Hace 48 años, Rosario recibía uno de los últimos barcos con inmigrantes que llegaban a estas tierras. Y la ciudad estaba de fiesta.
El gobierno nacional, por entonces en manos de Juan Domingo Perón, había designado a los puertos de Rosario y Bahía Blanca como centros de ingreso de los últimos caudales migratorios.
La idea de favorecer el ingreso de inmigrantes había sido impulsada por Eva Perón con el objetivo de completar los núcleos familiares de las personas que habían emigrado a Argentina sin sus parientes.
El plan permitió a los extranjeros residentes en este país traer a sus familias desde Europa abonando sólo el 10 por ciento del pasaje. El resto corrió por cuenta del Estado Nacional y del Comité Internacional para las Migraciones Europeas (Cime).
En 1954, la Estación Fluvial comenzó a recibir a los contingentes. El primero fue el "Corrientes", que amarró en el puerto local el 13 de julio de ese año. Cinco meses más tarde, los rosarinos inundaron La Fluvial para recibir el Salta, otro barco argentino que trajo a esta ciudad a 294 personas. La misma embarcación arribó por segunda vez en febrero de 1955 con 230 inmigrantes a bordo.
El último barco que cruzó el Atlántico para llegar a las aguas del Paraná fue el Santa Fe, que amarró en la Estación Fluvial el 29 de agosto de 1955 con 280 genoveses. Días después, la Revolución Libertadora derrocó a Perón y el plan de llegada de inmigrantes quedó en el olvido. Igual suerte corrió la flota nacional. Dejados de lado por el avance de los aviones, no pasó mucho tiempo para que los barcos argentinos de pasajeros fueran a desguace.
El viaje del Salta
El buque Salta, de fabricación puramente nacional, partió de Nápoles una templada noche de otoño de 1954. Su destino era Rosario y en sus camarotes traía a 294 personas que venían de lugares tan distantes como Calabria, España y Portugal.
Del otro lado del océano, el contingente fue esperado con ansias por miles de hombres, en su mayoría padres de familia, que habían emigrado primero intentando escapar de la triste realidad que ofrecía la Europa de posguerra.
Ahora el destino empezaba a mostrarse más promisorio, por lo que habían llamado a sus mujeres e hijos para emprender una nueva vida en América. El Salta tardó 22 días en cruzar el Atlántico y amarrar frente a la Estación Fluvial.
Sus camarotes y pisos de madera fueron testigos de la ansiedad del reencuentro. Las interminables noches de navegación sorprendieron a decenas de viajeros contemplando el mar desde la cubierta.
Sólo un simulacro de accidente logró sacarlos de la monotonía y hasta les infundió algo de pánico. Sin previo aviso, las autoridades ordenaron una rápida evacuación del barco y el miedo se adueñó de todos. La calma volvió algunos minutos más tarde, cuando el capitán anunció la verdadera razón de los insistentes silbatazos en medio del océano.
En el comedor, las largas mesas con capacidad para diez personas fueron el ámbito ideal sobre el cual planear los destinos y pasos a seguir una vez que pisaran suelo rosarino.
Para muchos la experiencia era única. Jamás habían viajado en barco y los más pequeños estaban fascinados. Pasaban largas horas en la cubierta mirando cómo los peces saltaban detrás de la embarcación.
Otros, en tanto, cambiaban sus liras por pesos argentinos en la sucursal bancaria que trabajaba a bordo de la embarcación. La nueva moneda les permitía comprar gaseosas y golosinas durante el viaje.
El Salta llegó el 12 de diciembre al puerto de Buenos Aires en medio de una copiosa lluvia. Allí bajaron algunos inmigrantes y horas más tarde zarpó con rumbo a Rosario. Esa misma noche, la embarcación comenzó a surcar las aguas del Paraná. Y unos kilómetros río arriba fue abordada por los inspectores sanitarios.
Con las primeras horas de la tarde, la Estación Fluvial comenzó a vestirse de fiesta para recibirlos. Cada puerto del sur de la provincia que el Salta dejaba atrás en su rumbo hacia Rosario era anunciado por altavoces a la multitud que esperaba. La misma que aplaudía y agitaba los pañuelos en medio de un clima que combinó nerviosismo y felicidad.
Poco después de las 17.30 de un típico y agobiante día de diciembre, el barco se dejó ver frente a la costa rosarina. La fiesta estalló. En medio de gritos y aplausos, los rostros empezaron a reconocerse.
La escena se repitió un mes más tarde y tuvo su último acto el 29 de agosto de 1955. Después vendrían otros tiempos.