Paola Irurtia / La Capital
Salustiano Gonsevat quiso preservar la habitación en la que dormían su esposa y sus cuatro hijos de los dos ladrones que le exigían más dinero. Ya les había entregado todo: su alianza de plata, el televisor y un radiograbador, pero querían más. Un movimiento del hombre y el ladrón disparó. El perdigonazo le dio de lleno en el cuello y Salustiano, de 36 años, se desangró frente a su familia. Gonsevat vivía en una casa que levantó hace años en el barrio Los Unidos, un conjunto de viviendas humildes detrás del Mercado de Concentración de Fisherton, en Mendoza al 9600. Las paredes, de ladrillo hueco, están sin revocar como otras en la cuadra del pasaje 1, y la casa tiene un ingreso lateral abierto hacia el frente que comunica al patio. Por ese costado, se encuentra otro ingreso a la vivienda, bajo una pérgola cubierta con un rosal. Los ladrones entraron cerca de las 5 de la mañana por la puerta que daba al patio. Los investigadores policiales sostenían que el hombre escuchó los ruidos y por eso se levantó. No hacía mucho que había llegado a su casa. Los domingos trabajaba hasta tarde en el mercado, donde hacía changas por no más de 20 pesos diarios y esa noche estuvo más tiempo que de costumbre esperando su pago, contó José Sánchez, uno de los 10 hermanos de su esposa. Salustiano entregó todo lo que tenía a los dos ladrones jóvenes que entraron armados a la sala comedor de la casa con una escopeta de caño recortado. Les había dado su anillo de plata, un televisor, un equipo de música y la billetera, que no se llevaron. Pero los delincuentes no estaban conformes y amenazaron con revolver el dormitorio, buscar debajo de los colchones. Gonsevat quería evitar que ingresaran a la habitación porque allí dormían su esposa, María Angélica Sánchez, de 34 años, y sus cuatro hijos, Ismael, de 11; Romina, de 9, Paula, de 5 y Tomás, de uno. En medio de la tensión, el changarín hizo un movimiento brusco y el ladrón que estaba armado disparó la escopeta. La perdigonada le rozó el hombro a Gonsevat y le dio en el cuello. Ismael, el hijo mayor, vio cómo su papá caía al suelo. María Angélica también se había levantado y fue testigo del fusilamiento de su marido. Una vecina, confundiendo el estampido con el estallido de una garrafa llamó inmediatamente al servicio de emergencias municipal. Los ladrones salieron corriendo. No se llevaron la billetera, dejaron el televisor en el patio y el radiograbador a pocos metros de la casa, en la calle. Dentro de la casa, la familia quedó desesperada. La ambulancia tardó demasiado y Salustiano, con una herida letal, murió en medio de un charco de sangre frente a la vista de todos, en la puerta del dormitorio. Los Gonsevat viven desde hace años en el barrio, igual que la mayor parte de la familia de la mujer. Levantaron la casa por sus propios medios. Salustiano trabajaba como changarín y su esposa en un comedor comunitario a través del Plan Trabajar. Los investigadores de la subcomisaría 22ª y de la Brigada de Homicidios buscaban ayer a los dos sospechosos por el crimen que serían, según los aportes dados por vecinos, menores de edad, por lo que el caso está a cargo del Juzgado de Menores en turno. Siete horas después del crimen, luego de que le hubieran administrado un sedante, María Angélica pudo hilvanar destellos de lo que vio, aunque su estado de conmoción no le permitió dar grandes detalles. Remarcaba que no hubo ningún ademán de resistencia de su marido. "Hizo todo lo que le pidieron, pero en un momento se dio vuelta un poco rápido, y le dispararon", recordó. La mujer de Salustiano no percibió bien el semblante de los intrusos. Recordaba que uno de ellos calzaba una gorra con visera baja que le ocultaba los ojos. Al otro lo advirtió mejor pero no con suficiente agudeza como para describirlo. Solamente dijo con seguridad que eran muy jóvenes.
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