Año CXXXV
 Nº 49.537
Rosario,
sábado  13 de
julio de 2002
Min 5º
Máx 16º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





Reflexiones
Los amores cobardes se quedan ahí

Pablo javkin (*)

El gobernador de la provincia ha enviado a la Legislatura un proyecto de ley a los fines de convocar a una Convención Constituyente que decida la caducidad de los mandatos. Lamentablemente, al menos por ahora, la reforma se limitaría sólo a ese punto sin abarcar ningún otro. Considero conveniente empezar fijando mi opinión personal indubitablemente favorable a la caducidad de nuestros mandatos a los fines de convocar a una elección de renovación general de todos los cargos electivos.
Pero también es necesario manifestar que considero que el reclamo popular no se centra sólo en quienes hoy ocupamos una función, sino en una forma de ejercicio de la actividad política durante estos 19 años de funcionamiento democrático, que ha derivado en una democracia impotente, con insoportables niveles de exclusión, de paralización productiva y de fragmentación social.
Por lo tanto, el reclamo es lo que la diputada Carrió define como un cambio de régimen, definición profunda y abarcadora de una necesidad de refundar la República a partir de nuevos valores, nuevas formas de participación y control popular, nuevos diseños institucionales, nuevas formas de ejercicio de la actividad política.
Si el objetivo es recoger el reclamo de la gente e iniciar una nueva etapa, la pregunta es por qué no ir por más. Nuestra provincia es de las tres o cuatro que no ha receptado el principio constitucional de la autonomía municipal, sostiene un sistema electoral injusto y fraudulento como ha probado ser el de la ley de lemas, carece de instituciones fundamentales como el Consejo de la Magistratura en su texto constitucional, impone una mayoría automática en la Cámara de Diputados, en fin, hay temas fundamentales a resolver y que son expresamente excluidos de la convocatoria a la reforma.
Algunos dicen que sostener esta postura es buscar que fracase la caducidad. Mi respuesta es, si vamos a elegir convencionales constituyentes, por sistema proporcional y sin ley de lemas, corresponde que el mandato a esos convencionales se lo otorgue el conjunto de la ciudadanía votando, eligiendo en base a sus programas y propuestas, y no repitiendo el error de constituir mayorías automáticas en listas sábanas y a los fines de votar sólo por sí o por no en relación a la caducidad.
¿Tiene sentido elegir convencionales con mandato restringido? ¿Cuál es el temor a que los ciudadanos elijan el contenido de la reforma? La única explicación es una cobarde reacción a fin de receptar el pedido popular, ma non troppo. Una especie de sí, pero marche preso, impropia de lo que los tiempos exigen.
El país por construir será el que deje atrás este notorio fracaso de la política cooptada por la concentración económica, sustentada en un credo de corrupta connivencia con el orden globalizador, sorda e impotente ante las injusticias. Asumí mi primer cargo electivo hace exactamente siete meses, tengo treinta años y responsabilidades en proporción a lo que corresponde a todos los que actuamos en política y, más aún, en los partidos mayoritarios. Pero eso no censura mi necesidad de expresar que las respuestas a las demandas populares deben ser profundas, y no reducidas a un gatopardismo propio de quienes repetidamente han ocupado distintas funciones, han construido este sistema deslegitimado, han ejercido sus funciones con códigos mafiosos, han designado los jueces que tenemos, y nos heredan una crisis única en la historia del país, tan incomprensible como reversible si se terminan las especulaciones mezquinas y calculadoras.
Necesitamos debatir, reformarlo todo y comprometernos todos en la generación de un nuevo proyecto nacional, que rompa con la fragmentación y haga renacer nuestra pertenencia a un proyecto común. Es lo que corresponde, sin medir lo que quede en el camino, ni a quienes afecte. Y es el deber principal de quienes creemos en la política, en el más profundo y transformador significado del término. Como dice la canción "...los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan ahí, ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar...". Es tiempo de enamorarnos valientemente de la historia que tenemos por hacer.

(*) Concejal


Diario La Capital todos los derechos reservados