Año CXXXV
 Nº 49.537
Rosario,
sábado  13 de
julio de 2002
Min 5º
Máx 16º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





Editorial
Tragedia que es un aviso

La desaparición de Alan Perals, el chico de siete años que el martes pasado se hundió en las frías aguas del arroyo Ludueña y hasta ahora no ha sido hallado, reavivó el debate sobre las precarias condiciones de seguridad que existen en Rosario.
Cuando se contemplan las imágenes del lugar donde el pequeño, luego de resbalarse por la acumulación de lodo y musgo, se precipitó en el curso de agua para después ser impulsado por la correntada hacia el tubo del aliviador, sorprende que -dado el evidente riesgo de una caída- no se haya tomado la precaución de instalar un vallado protector a fin de evitar un accidente. Ahora ya resulta muy tarde para salvar a Alan. Pero no lo es en absoluto para impedir futuras tragedias.
La desesperada búsqueda del menor dejó al descubierto, además, la notoria carencia de elementos apropiados que padecen tanto los bomberos como la policía para enfrentar situaciones de esta naturaleza. Los titánicos esfuerzos que debieron realizarse para levantar las tapas de alcantarillas que estaban virtualmente selladas por el pavimento resultaron, en esos dramáticos momentos, prueba evidente de la impotencia colectiva. También se volvió notoria, pese a las innegables muestras de voluntad y coraje, la absoluta falta de coordinación entre los integrantes de las distintas fuerzas de seguridad.
Días pasados se escribió en esta misma columna que en la Argentina muchas veces se adoptan medidas de prevención una vez que aquello que se intenta prevenir ya ha ocurrido. En este caso, el lamentable parámetro se repite. Pero lo que pareciera imprescindible resaltar es que los criterios con los cuales se administran los fondos públicos distan de ser los correctos. Ejemplos sobran: cualquier ciudadano lúcido podría enumerar múltiples casos de derroche o de gasto innecesario, aunque más no fuera en pequeñeces. Y mientras tanto, aquellos que tienen el deber de velar por la seguridad de los ciudadanos carecen de los implementos necesarios para desarrollar sus tareas. La víctima de la desidia y la ineficiencia no es otra que toda la sociedad.
¿Cuántos dramas como el de Alan tendrán que ocurrir para que, de una vez por todas, se tome la decisión de producir un cambio?


Diario La Capital todos los derechos reservados