Año CXXXV
 Nº 49.536
Rosario,
jueves  11 de
julio de 2002
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Reflexiones
El libro menos querido

Osvaldo Aguirre / La Capital

"El viejo soldado" es una novela que Héctor Tizón ha resuelto sacar del olvido. Según se explica en una nota preliminar, fue concebida en el exilio, en 1981. "Por entonces, en un ataque de insensatez y confusión, creí haber perdido mi país para siempre", dice el autor al rememorar esa época. La nostalgia y el furor, "estímulos indecorosos que deben confesarse", fueron los motivos de inspiración y acaso las razones para mantener inédito al texto, "tal vez el menos querido de mis libros". La escritura vino a constituir un desahogo, una catarsis que en lo inmediato sirvió para abordar, poco más tarde, "La casa y el viento" y retomar así el cauce de la obra previa.
Las condiciones de producción no podrían haber sido peores, pero el resultado no es un texto defectuoso sino, por el contrario, una de las mejores reflexiones propuestas desde la literatura sobre una circunstancia determinante de la historia reciente. El relato se despliega con la habitual precisión de la escritura de Tizón, sobria y en consecuencia intensa, capaz de revelar la complejidad de un personaje en un acto mínimo. El juicio del narrador no ha sido perturbado por las emociones de sus personajes. Lo que parece intratable es la experiencia misma de la que habla: la situación límite de un hombre, que el lector sigue como si se internara en un pasadizo para descubrir, en el final del recorrido, un muro sin fisuras. El horror de la tortura y la muerte, allí invocado, no sólo resiste a la censura del olvido sino que se potencia por el hecho mismo de que exista una censura. La publicación de esta novela más de veinte años después de su escritura se explica por sus méritos literarios, pero también porque el drama que la desencadenó es parte de la actualidad, conforma el presente, subyace a los discursos oficiales y, aún sin tener palabras, vacía de sentido a las palabras que pretenden nombrarlo para desconocerlo.
La historia está protagonizada por Raúl, un escritor que se ha comprometido en la lucha política y que lleva un año de exilio en Madrid, junto a su mujer y a unos pocos amigos. En la búsqueda de un medio de subsistencia, termina por ser contratado por un militar retirado, que en el final de sus días se propone contar para otros lo que ha vivido. Este personaje tiene grado de teniente coronel, pero se presenta con humildad, es un "viejo soldado". Con ese título parece borrar los alcances de su actos, como si quisiera ser reconocido no tanto como el fascista que fue -ya que actuó en el ejército de Franco- sino como un hombre que se siente morir y, consciente de su soledad, apela a la comprensión de los demás y en primer lugar de aquel que lo escucha. Pero Raúl no se engaña al respecto: esa confrontación pacífica supone para él la reactualización de la guerra que acaba de librar y de perder; y las memorias del viejo vienen a funcionar como contraste de las propias memorias, cruce que define la forma del relato de Tizón.
A diferencia de los demás exiliados, Raúl se niega a olvidar: "Había elegido la soledad y el silencio para preservarse", dice el narrador: en esa decisión cree encontrar el sentido de su vida en el exilio. Pero en esta frase no hay nada de alentador, lo que la militancia ha tenido de épico se diluye ahora para hacer de su vida algo parecido a la muerte. Por eso deambula sin dirección, en un mundo al que siente extraño y sin punto de contacto con los demás, aún con quienes lo rodean. El tiempo y la distancia erosionan los recuerdos y los vuelven borrosos; sin embargo, para Raúl "el pasado no estaba muerto, sino escondido", lo que puede ser un consuelo pero también un factor desestabilizador: en el desenlace de la historia, el recuerdo de la cárcel ocurre no como un relato sino como un estallido que hace imposible cualquier discurso.
"La muerte de alguien recuerda siempre su vida", reza una frase de Montaigne citada al pasar y que acaso condensa la situación del protagonista. El pasado se filtra una y otra vez por las rendijas del presente; este movimiento parece cargarse también de un sentido negativo, ya que, según dice, los recuerdos aparecen en lugar de la vida. No obstante, Raúl esboza una revisión de su pasado. Es significativo que, antes que la discusión política, su memoria gire en torno a episodios de infancia y en especial a la relación con el padre, o una novia de juventud. Las causas de la derrota no se analizan en términos exclusivamente políticos; también ha habido -esto es lo que viene a decir Tizón- un sentido de la crueldad y de la negación del otro. El único sosiego de Raúl es la contemplación de unos cuadros en el Museo del Prado; no le interesan las figuras ni la composición sino las imágenes del cielo, tanto más deseable para quien está en el infierno.
Publicó Alfaguara, Buenos Aires, 2002



El escritor Héctor Tizón sacó una novela del olvido.
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