Mauricio Tallone / La Capital
El colectivo tipo escolar, como se jacta el indicativo que copa su luneta, espera para ser abordado. Está parado frente al hotel Presidente para arrancar con su periplo matinal hacia el centro recreativo de los profesionales, cuya traducción más frecuente por estos lados es el complejo La Loma. El viento es una aguja que taladra las mejillas. La respiración del Flaco Menotti es la fumata de un cigarrillo invisible. Exhala y fuma, exhala y fuma. Entonces la caminata en busca de un suspiro de aire salteño se hace previsible. Y salen, nomás, como en una procesión. Hasta el micro que ahora aguarda con el motor encendido. Gorros de montaña y camperas cerradas hasta el mentón. Zapatillas y botines como herramientas de diversión, guantes y gorros de lana. Son los jugadores de Central a punto de protagonizar el primer guión de grabación mirando al norte. En ese punto lejano del país, los muchachos del Flaco Menotti permanecerán durante casi dos semanas en busca de una bocanada de pureza entre tanto smog institucional importado desde Rosario. Entonces la puerta del micro se complace en tragarlos uno a uno. Y camino al entrenamiento, unos metros después de un puesto de policía caminera en la avenida Belgrano, se abre una bifurcación que presagia paisajes imponentes y poblados marginales. Allí se detiene el micro para emprender la subida, son diez kilómetros de una aridez que seca el alma, de cactus y polvo, de techos de chapa asegurados con piedras para que el tufillo no se salga con la suya. La primera travesía canalla llega a destino. En una de las canchas salpicadas por el rocío, el grupo comienza a calentar los músculos para un esfuerzo mayor. Piques cortos, saltitos, trote, pocas palabras pero mucha sonrisa bajo la supervisión del preparador físico Fernando Signorini. El Cata Díaz y Talamonti sobran el paño para ser bandera y el Pequi De Bruno y el pibe Papa obran de furgón de cola en el calentamiento previo. Ahora es el tiempo de que el Flaco Menotti tome la posta. Los seduce apenas con la mirada y les tira una pelota a cada uno para que empiecen a amigarse. El grupo sabe que estos días de encierro y acondicionamiento en suelo salteño no distarán demasiado de lo que venían haciendo en Palos Verdes. Solamente cambiará el escenario, porque la consigna será la misma: estar todo el día con la redonda. Y como sentencia de esta presunción, en el primer turno de ayer el Flaco dividió a sus muchachos en grupos de cinco y ordenó un trabajo de traslación. Primero la contraseña era dar pases largos y pasar por adelante del compañero para que no se durmiera a la hora de ir a buscar. Y después a ese mismo ejercicio había que añadirle cuando se recibía la pelota una gambeta ante un rival imaginario. Así durante más de sesenta minutos, que sólo fueron reducidos cuando la orden del entrenador canalla fue jugar a un toque y se apiadó de ellos por espacio de media hora. El epílogo de la rutina se consumió, como no podía ser de otra forma, con un picado de mitad de cancha. Pero el entretenimiento dispuesto por la dupla Menotti-Poncini tuvo algunas aristas reglamentarias que tenían como objetivo agilizar el trato de pelota y la mutación de posiciones. Como por ejemplo, el partido debía jugarse a dos toques sin arquero y al equipo que lograba dar diez pases seguidos sin que lo interrumpiera el otro se le computaba un gol. Los de pecheras rosas formaron con: Castellano; Ferrari, Talamonti, Daniel Díaz y Rivarola, Marcelo Quinteros, Daniel Quinteros, Papa y De Bruno; Arias y Figueroa. Mientras que los azules alistaron a Manchado, Maidana, Leonforte, Mariano González, Erroz, Vitamina Sánchez, Cárdenas y Arriola, Delgado y Pierucci. Para estos también jugó Poncini (ayudante de campo) porque como Tombolini trabajó diferenciado (ver aparte) había un equipo con diez piezas. Pero como la puja pintaba para una gran goleada de los de pechera rosas, el Flaco quiso que la cosa se hiciera más equitativa y mandó a Daniel Quinteros y Papa para los azules. A esa altura, el mediodía ya le ganaba por un par de goles a la mañana. Ese frío insolente que había iniciado la rutina ya era historia y sus rigores desaparecieron junto a la retirada de ese puñado de jugadores comandados por el Flaco.
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