Año CXXXV
 Nº 49.531
Rosario,
sábado  06 de
julio de 2002
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Reflexiones
Despecho

Juan José Millas / El País de Madrid

Aznar se ha apresurado a negar la existencia de familias en su partido con la diligencia con la que Pío Cabanillas decretó el fracaso de la huelga general horas antes de que triunfara. Y ninguno de los dos lo ha hecho por mala fe, sino porque empiezan a sufrir alucinaciones inversas que consisten en no percibir la realidad desafecta al régimen. Del mismo modo que hay quien ve lo que no es, hay quien ignora lo que ve. Los niños confunden a sus amiguitos imaginarios con seres reales y toman por imaginarios a sus enemigos reales. También se da el caso de padres que no se enteran de la existencia de sus retoños hasta que se cruzan en el pasillo con un adolescente de dos metros. Es entonces cuando ahuecan la voz y dicen aquello de "tenemos que hablar".
Aznar ha decidido que Cascos es irreal; entre otras cosas, porque debe de ser duro cruzarse todos los días con quien te ha hecho el trabajo sucio para cumplir tus ambiciones. Negando a Cascos, niega la parte que más odia de sí y de su pasado. Así que Cascos no existe ni existirá, como ha dicho Arenas evitando mirar de frente a las cámaras. Se trata, como decíamos antes, de un caso de alucinación al revés que tiene difícil tratamiento por cuanto carece de estatus clínico. En la jerga popular suele decirse que no hay más ciego que el que no quiere ver ni más sordo que el que no quiere oír. Y es verdad: como uno decida que el Sol gira alrededor de la Tierra, no hay telescopio capaz de hacerle ver lo contrario.
Lo cierto es que algunas huelgas triunfan y algunas corrientes internas existen. A veces alcanzan el tamaño de un hijo adolescente y no hay manera de negarlas. Es entonces cuando el político se dirige a la realidad y le dice aquello de "tenemos que hablar". La respuesta de la realidad, como la del hijo, suele ser un corte de mangas. Pero tampoco se acaba el mundo, al menos para el político, al que siempre le queda el recurso de refugiarse en los brazos de sus amiguitos imaginarios, llámense Bush, Blair o Felipe II. El problema del PP, en fin, no es que tenga familias, sino que está lleno de jefes de departamento como Cascos. Y no hay enemigo más peligroso que un jefe de departamento despechado.


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