Pablo F. Mihal / Ovación
Enviado especial.- Parece un sueño, pero en un país donde reinan los tragos amargos, Los Pumas dieron ayer una gran alegría al vencer por 28 a 27 nada menos que a Francia, que traía como pergamino el ser el último campeón del Torneo de las Seis Naciones. Si bien consiguieron un triunfo bien a lo argentino, esto es sufriendo hasta el final, este plantel sumó una página de gloria más a su historia y demostraron, por sobre todas las cosas, que transitan por el buen camino. Ayer hubo varios aspectos en donde el equipo nacional demostró que los resultados que consiguen no son producto de la casualidad pero también mostró algunas lagunas propias de un conjunto que aún no encontró su techo y que sigue en crecimiento. Cuando el partido arrancó, los dos equipos comenzaron a estudiarse. La mayor preocupación de Argentina pasó, desde el inicio, por no darle espacios a Francia, sabiendo que si esto ocurría podía resultarle fatal. Por eso, la presión fue fundamental, y el tackle un verdadero estandarte. Los minutos fueron corriendo y el espectáculo era bastante aburrido y las opciones más claras del período inicial las tuvo Francia, con Pelous y Jeanjean, quienes a metros del ingoal fueron detenidos con lo justo por Albanese y Pichot respectivamente. Contepomi, que estuvo lejos de sus mejores tardes, anotó los dos primeros penales con los que Argentina sacó una mínima ventaja que fue emparejada por Merceron antes que terminara el parcial. El apertura tuvo muchos problemas a la hora de utilizar el pie, y dejó muchas pelotas adentro (que debían ir afuera) que posibilitaron la contra francesa. En el complemento el partido ganó en emotividad y nivel. Arbizu debió dejar la cancha por un golpe en las costillas y entró Quesada, quien se convirtió en una de las piezas claves en la victoria. Francia, que intentó abrir la cancha lo más posible usando la potencia y la ductilidad de sus backs, marcó el primer try de la tarde a través de Brusque. Pero lejos de herir, el try provocó la reacción del equipo de Loffreda y Baetti que con mucha convicción comenzó a dar vuelta la historia. Primero fue Federico Méndez, después Diego Albanese, los dos de distinta concepción pero de idéntica factura. Argentina demostraba que podía y que sus ilusiones tenían fundamento. El pico máximo fue cuando Contepomi interceptó una pelota y con toda la defensa a contrapierna no tuvo inconvenientes en apoyar su try y dedicarlo al mejor estilo futbolero. Pero enfrente estaba Francia. El equipo de Laporte se repuso mientras que paralelamente Argentina cayó en una desconcentración general que casi paga muy caro. Con los tries de Jeanjean y Marsh se puso un punto abajo (28-27) y, de no mediar el imperio de la fortuna, la historia hubiera sido otra. Merceron, que en sus intentos a los palos no había fallado, erró en el tiro del final dejando a Francia con las manos vacías y a un estadio de Vélez emitiendo un rugido contenido desde hace diez años. El triunfo era de Argentina.
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