Fernando Toloza / La Capital
Daniel Grecco trabaja desde hace veinte años en la Sociedad Exhibidora Rosarina (SER), propietaria de los cines Monumental y El Cairo, que cierran a fin de mes por disolución de la firma. Empezó como operador y hoy se desempeña como jefe de supervisión técnica, y aunque este cargo no lo diga claramente es la cara visible de los últimos tiempos de las salas. Con una incontenible pasión por el séptimo arte, que lo ha llevado también a crear "Proyectando ilusiones", un programa de radio dedicado al cine, Grecco asegura que la pérdida de las salas para Rosario sería una catástrofe y teme que la gente sólo advierta la situación cuando en vez de los cines encuentren un galpón vacío. -¿Qué significa para Rosario el cierre de estos cines? -Sería una pérdida terrible. La ciudad no se tendría que permitir el cierre de estos cines. El efecto negativo de estos cierres lo ves apenas salís a la calle, donde los cines cerrados terminan convirtiéndose, indefectiblemente, en galpones vacíos. Pero eso es lo que hay hoy. -¿Por qué después de más de medio siglo se disuelve ahora la SER? -La SER es una sociedad de casi sesenta años iniciada por un grupo de verdaderos pioneros de la cinematografía, pero que hoy se agrandó demasiado como para seguir siendo rentable en un país como el que padecemos estos tiempos. -¿Cuánto hace que trabajás en la SER? -Es una ironía pero este mes cumplo veinte años en la SER. Entré bajo la mano de Emilio Cogliati, uno de los fundadores, y de Héctor Justiniano, el gerente general. Después de que Cogliati se fue a Buenos Aires la empresa empezó a ser gerenciada desde fuera de la ciudad. -¿El Cairo era el cine intelectual? -El Cairo era, al principio, de la familia de Felipe Milla y llegó a la SER en los años 70. Siempre tuvo un público un poco intelectual, a diferencia del Radar y el Gran Rex, por ejemplo, donde en las colas para entrar veías de todo, desde una mujer con un abrigo de piel elegantísimo hasta estudiantes. El Cairo marcó las películas clásicas, como "El cartero". -¿Tener que hacer cola en la calle perjudicó a estos cines? -A veces la gente se queja de las colas en la vereda para entrar el cine. Creo que es un poco injusta, porque pasa lo mismo con los teatros Astengo y El Círculo, y con veredas mucho más angostas. Se olvidan de que todo esto fue diseñado hace mucho y hoy se trata de hacer lo posible para aliviar la espera. -¿La caída de El Cairo tiene que ver con una caída de la cultura de los intelectuales? -Sí. Muchos intelectuales y periodistas se rasgan las vestiduras por el cierre, pero no se preguntan cuánto tiempo hace que no van a alguna de esas salas cuyo cierre lamentan. Lo mismo pasa con las autoridades de la ciudad, que a la SER la volvieron loca con inspecciones cuando había en la ciudad empresas que no pagaban impuestos, como publicaron los diarios. Me parece que se van a acordar del cine cuando sea un galpón. No me gustaría que se acuerden después, porque esto es una parte importante de la ciudad, y estas salas ya funcionaban desde mucho antes de la SER: tenían actividad por 1910. Y después te hablan de patrimonio. -¿Te parece que se perdió el humanismo del cine, más allá de que obviamente también es un negocio? -Está bien que vengan los complejos, pero no hay que olvidarse de los otros cines, donde tenés atención personalizada: ves al mismo boletero, al mismo acomodador, y el operador trabaja en una cabina y no en veinte. Tampoco hay esa frialdad de meterte en un brete para entrar a la sala como si fueses una vaquita. -¿Qué significó trabajar en la Ser? -Empecé a aproximarme a los cines cuando tenía 12 años y pensar en ser operador de la SER era como imaginarme jugar al fútbol en primera y en el Manchester. Imaginate que hoy te hablo desde el sillón donde se sentaba gente a la que yo admiré y que amaba la cinematografía -¿Cuál es la reacción de la gente que va estos días al cine? -Mucha calidez, algunas lágrimas y gente que nos promete venir hasta el último día, aunque también algunos "cuervos" que nos piden butacas, afiches o cualquier cosa. A los primeros les digo que, como hombre de cine que soy, lo último que se pierde es la ilusión.
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