Año CXXXV
 Nº 49.510
Rosario,
sábado  15 de
junio de 2002
Min 4º
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Editorial
La decepción del fútbol

Los argentinos, se dice, no son un pueblo propenso al equilibrio en la demostración de sus emociones. Suelen pasar rápida y fácilmente de la euforia a la decepción, y viceversa. Por cierto que todas las generalizaciones adolecen de un alto riesgo de error, que quedó al descubierto de modo evidente poco tiempo atrás en las insólitas declaraciones del presidente uruguayo. Pero en este caso resulta difícil discrepar con el retrato anterior: las elevadas expectativas que existían en el país sobre la actuación de la selección dirigida por Marcelo Bielsa en el Mundial de Corea-Japón se estrellaron contra el muro de la realidad y, ahora, el entusiasmo se ha tornado en amargura. Acaso corresponda realizar un análisis y la consecuente autocrítica: el equilibrio es siempre una utopía, pero a él debe tenderse si se aspira a la madurez.
Más allá de que este espacio no es el ideal para efectuar consideraciones de índole deportiva, pocas dudas pueden quedar de que las performances previas del conjunto nacional constituían una sólida base de apoyo para erigirlo como favorito de la competencia ecuménica. Así, el fracaso posterior se volvió -por lo inesperado- doblemente doloroso. Y la reacción de la gente, que había depositado grandes esperanzas en el equipo, adoptó en ocasiones la forma del exabrupto. Tristeza, sí; drama, no. Esa debe ser la fórmula. Pero el particular momento que atraviesa la República acentuó la sensación de angustia, que en el plano puramente deportivo no puede justificarse jamás.
La prematura eliminación de la selección no debe modificar, al menos en lo sustancial, la evaluación del trabajo realizado. La seriedad y el rigor con que fue conducido el proceso no pueden diluirse por la brutal aplicación del exitismo más pedestre. Ese equilibrio es el que se necesita: el que entiende que lo que vale no son sólo los resultados, sino los métodos; el que permite ponderar virtudes y defectos con un criterio ajeno a los excesos de la adolescencia.
¿Estará el país, aún, en la adolescencia? Tal vez. Pero la dura coyuntura que atraviesa debería ayudarlo a ingresar en otra etapa, más fructífera. El fútbol, por fortuna, sigue siendo sólo el fútbol. Aunque constituya, simultáneamente, uno de los espejos que con más fidelidad reflejan las luces y sombras de los argentinos.


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