Las historias de los nuevos habitantes de Empalme Graneros son en realidad muy similares. Casi nadie tiene trabajo y la mayoría subsiste pidiendo limosnas. Daniel Aguirre es de Roque Sáenz Peña, Chaco. Tiene a su cargo seis pequeños niños y se las rebusca todos los días "haciendo changas y pidiendo alguna que otra moneda". Y asegura que eso es lo que diferencia a Chaco de Rosario. "Allá no conseguís ni monedas", asegura. Manuel llegó hace tres meses desde un pueblito cercano a Castelli, también en Chaco. Y su mujer tuvo una beba hace 35 días en el centro de salud de Empalme Graneros. Ahora los tres conviven a metros del arroyo Ludueña, en una choza de chapas y lonas. "En el norte no hay nada y la gente que viene para acá te dice que por lo menos hacés alguna changa. Pero ahora todo está muy difícil", admitió. A metros de allí, asomada en la puerta de un rancho pequeño con piso de tierra en el que convive una decena de personas, se encuentra Teodora. La mujer también es una nueva vecina del barrio que desembarcó en Rosario hace una semana. "Vine buscando ayuda. Fui cocinera en una escuela pero mi contrato venció y ahora no tengo nada", comentó. Y los relatos se repiten, tanto como ranchitos que se multiplican a la vera del Ludueña. La meta es escapar del destino de hambre y miseria. Aquí, la realidad no es tan distinta a la de su Chaco natal. Empalme Graneros sigue creciendo día a día. Una triste postal cotidiana.
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